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jueves, 5 de diciembre de 2019

[Escrito] El cielo que alcanzamos - Capítulo 02: Traición

“El cielo que alcanzamos”
(Tadoritsuita Heaven)
por Himutako Mizu (RPMizu)

Capítulo 02: "Traición”



Los rayos de sol caen sin piedad sobre el rostro del Rey, sacándolo del mundo de los sueños a la fuerza. ¿Por qué? Justo cuando estaba durmiendo tan bien, como hace mucho no lo hacía. Abre los ojos con molestia, pero ésta se disipa cuando nota a Céfiro, el esclavo que Demian trajo para él el día anterior, a su lado. Decide atribuir a su presencia lo bien que había podido dormir. Hace mucho que no despierta tan descansado. Hasta podría jurar que tuvo un sueño muy agradable, uno que lo hace sentir satisfecho y a la vez nostálgico. ¿Qué era? Cierra los ojos con fuerza, haciendo memoria. Lo único que puede ver es una tierra árida y desolada. Por más desesperanzadora que pareciese, la imagen lo llena de calidez.

Pero no hay nada más. Juraría que no era la primera vez que tenía ese sueño, pero no puede recordar en qué consistía. Tal vez estando al lado de Céfiro podría recordarlo. Más puntos para que se quede, aunque sabe que debe ayudarlo a regresar con su padre cuanto antes. Seguro que eso complacería a su propio padre también, donde sea que esté.

Se levanta lentamente de su cama, buscando no despertar al que aún duerme tan tranquilamente. No puede evitar sonreír al verlo. Por eso mismo tiene que solucionar esto cuanto antes. ¿Quién es el Rey, eh? Demian va a tener que escucharlo. Tal vez los Ancianos serían más difíciles de convencer, pero le dejaría eso al Sumo Sacerdote. Demian… Normalmente prefiere evitar lo más posible el estar a solas con él, pero esta vez no será posible. Fuerza, Kyrios, fuerza, se repite mentalmente, La vas a necesitar.

Kyrios se dirige a su baño privado, sin esperar ni llamar a su sirvienta. A pesar de estar acostumbrado a ese tipo de trato, si puede evitar que lo sigan todo el tiempo y que lo traten como a un inválido, puedes lo hará. Para haber estado en una celebración el día anterior, se siente bastante despejado. Menos mal que no le agrada demasiado el alcohol, o sí que necesitaría ayuda ahora, con el mareo que estaría sufriendo.

“Como rey, deberías probar distintos licores y desarrollar tolerancia al alcohol. Seguro lo has notado, pero la forma en que tu padre toma la copa de la que bebe refuerza el aura de autoridad que tiene.”

Las imágenes llegaron solas a su mente, sin que pudiese evadirlas. Se detiene para poder apoyarse en la pared. Una de sus manos se posa sobre su boca, tratando de ahogar un suspiro angustiado. Las voces simplemente continuaron reproduciéndose en su cabeza. Pronto todo pareció una película clavada en sus parpados cerrados con fuerza.

“Lo sé, pero me desagrada tanto la sensación que deja en la garganta.” se queja Kyrios, unos años menor que en la actualidad. El gesto infantil, con las mejillas infladas por la molestia, lo hace ver aún menor.

“Es demasiado adulta para ti.” se ríe Demian.

Kyrios baja la mirada. Siempre tratándolo de esa forma. Su único consuelo es escuchar la animada y sincera risa de Demian, aquella que no mucha gente tiene el privilegio de oír. De hecho, con ese sonido y la cálida luz del atardecer bañándolos, no necesita de alcohol para sentirse embriagado.

“No soy un adulto como Demian… ni tampoco puedo ser como mi padre.”

Pronto siente una mano sobre su cabeza. Esa presión tan familiar y siempre tan anhelada sobre sus cabellos. Grande, brusca, pero tan placentera. Luego esa mano bajó, deslizándose por su mejilla, y no pudo resistir la tentación de cerrar los ojos y reclinar su rostro, buscando mayor contacto.

“Patético, patético.” Apura el paso. Tiene la certeza de que algo lo está persiguiendo. No sabe si son los recuerdos, la culpa o realmente hay una presencia detrás de él.

“De todas formas deberías acostumbrarte al alcohol, ya que funciona parecido al veneno. Te haría bien volverte inmune.” Este Demian, siempre diciendo cosas tan extrañas.

“Para eso tenemos Degustadores Reales.”

“Es verdad.” Demian vuelve a reír, y Kyrios abre los ojos de inmediato para poder admirar su sonrisa. “¿Y qué tal si yo mismo te lo doy a probar?” Uno de los largos dedos de Demian se posa sobre sus labios. Sus mejillas se sonrojan ante el sonido de disconformidad que brotó de ellos cuando el otro se alejó. Lo ve sacar una botella de una repisa y llenar una copa de un líquido con un aroma muy fuerte. “De esta forma.” Acto seguido se la llevó a la boca, tomando un trago que es claramente retenido antes de pasar por su garganta.

Kyrios entra a su baño privado, cerrando detrás de él de un portazo. Sus brazos rodean su cuerpo y sus uñas dejan marcas profundas en sus brazos. Qué importa si pronto van a desaparecer. Nadie se enteraría. Lo importante ahora es sentir dolor. Nada más que dolor. Uno tal que no pueda pensar más en el pasado. Rasguña, rasguña. Los temblores de su cuerpo sólo hacen que las heridas resultantes sean más desagradables. Ya limpiaría la sangre bajo sus uñas.

Demian extiende una mano hacia él. Kyrios mira a su alrededor con nerviosismo, asegurándose de que se encuentran los dos solos en aquella oficina. Con esa confirmación, hace de inmediato lo que claramente su tutor le está comandando. ¿Cómo iba a resistirse a esa mirada?

Corre a los brazos de Demian, los cuales lo rodean con fuerza. Y entonces, el líquido retenido dentro de la boca del otro desciende por la suya, por su garganta, haciéndolo sentir embriagado rápidamente. Ni siquiera le importa la sensación quemante en su esófago, o ese sabor ácido al que no logra acostumbrarse. No puede apartar la mirada de esos ojos verdes.

“Perdón… perdón… Padre…”

Su espalda se desliza por la puerta lentamente. Sus largos cabellos dorados se esparcen por el suelo cuando termina sentado en la fría baldosa. Aunque las lágrimas no caen, de sus labios brotan sollozos ahogados. La luz de la mañana que se cuela por el enorme vitral a la izquierda daña sus ojos vidriosos. Y pensar que después de tanto tiempo aún no puede superar estas crisis.

“Ya han pasado… ¿cuántos? ¿Dos, tres años?” abraza sus rodillas y apoya su cabeza en sus brazos, buscando inconscientemente un poco de protección. “Aún no puedo olvidarlo, padre… No puedo olvidar a Demian.”


“¡Céfiro! Despierta. Ya es tarde.”

            Una voz lo llama de entre sus sueños. No entiende muy bien lo que pasa. Claramente no es la voz de su padre, pero la costumbre hace que le responda como siempre. Además, la cama se siente extrañamente reconfortante y no tiene deseo alguno de salir de ella.

“Cinco minutos más, papá…”

Entonces escucha una risa femenina. “No, Céfiro, no soy tu padre. Soy Selene, nos conocimos ayer, ¿recuerdas?” ¿Selene? ¿Ayer? El nombre le parece ligeramente familiar, pero no puede recordar de qué. ¿Qué pasó ayer? “Te vine a buscar para revisión.” Más información extraña. ¿Revisión? ¿De qué? ¿De los productos?

Confundido, Céfiro decide que es mejor abrir los ojos, aunque la brillante mañana lo deje ciego por unos segundos. Al ajustarse a la luz, por fin puede ver a una chica de claros cabellos castaños, sonriendo radiante. ¿Quién era? Selene, dijo ella. Ayer…

Los recuerdos llegan a él de golpe, causando que se siente en la cama rápidamente. Todo dejo de ensoñación se ha ido. La cruel sonrisa del Sumo Sacerdote viene a su mente. Ese hombre lo había raptado y entregado como regalo al Rey Kyrios. El sólo recordarlo lo llena de un impulso de escape difícil de controlar, que hace hervir su sangre. Sin embargo, a ese recuerdo le sigue la sonrisa amable del Rey, la cual apacigua su rabia y su miedo con rapidez. Sí, ahora es el esclavo sexual del Rey, y le da asco de sólo pensarlo, pero el Rey no lo tocó. Es más, le aseguró que buscaría la forma en que volviera con su padre, y le permitió dormir a su lado, en esta cama tan cómoda. No puede evitar sonreír.

“Parece que estás de buen humor. Menos mal. Me asustaste por un momento.” Selene le quita el cobertor de un tirón. “Vamos, tienes que levantarte. Hay que llevarte con el doctor.”

Céfiro la mira totalmente confundido. “¿Con el doctor? Pero no me siento mal para nada. De hecho, nunca había descansado tan bien.”

“Mmm…” la sonrisa se esfuma del rostro de Selene. ¿Qué? ¿Acaso es tan malo que se sienta bien? “Sabía que esto pasaría. Su Majestad no te tocó, ¿verdad?”

“No… fue muy bueno conmigo, de hecho.”

Selene suspira sonoramente. “Lo sabía. Igual que todas las otras chicas que mi señor Demian le ha traído. ¿Qué vamos a hacer ahora?”

Céfiro frunce el ceño. “¿Qué tiene de malo que sea una buena persona?”

“No, claro que eso es bueno. Es lo que se espera de Su Majestad, pero también se espera que tenga un harén y que tenga esclavos.”

“Pues te estás contradiciendo.”

“Así son las cosas aquí, Céfiro, no se puede hacer nada. Ahora mi Señor tendrá que ver cómo solucionar este problema. Adoro a Su Majestad, pero siempre le trae tantos problemas a mi Señor Demian.”

“Mejor para mí que tenga problemas. Es un bastardo.”

“¡Céfiro!” por su atrevimiento se gana un golpe en la cabeza con una almohada. Podría haber sido peor, considerando lo mucho que parece adorar al desgraciado ese. “Al menos yo soy una sirvienta, pero no vuelvas a decir eso en frente de mi Señor o de alguna otra autoridad. O de algún guardia. ¡Como sea, no vuelvas a decir eso!”

“Ok, ok, lo lamento.” Mentira. “Aunque le agradezco de todas formas que me haya traído, sólo porque pude conocer al Rey Kyrios. Nadie del pueblo lo ha visto, y siempre me llamó la atención que todos lo adoraran de todas formas. Ahora sé por qué: El Rey Kyrios sí que es el rey justo que todos dicen que es.” Además, es mucho más hermoso de lo que imaginó, pero eso no lo va a mencionar. Podría sonar un poco extraño.

“Claro que lo es. Es el hijo del Gran Rey Lázaro, después de todo, y lo educó mi Señor personalmente.” Eso último no le parece un buen antecedente, pero lo dejó pasar. “Como te dije, él fue el que me sacó de las minas. Era un trabajo muy duro. Con mi hermano pasamos mucha hambre. Pero Su Majestad nos descubrió y le pidió al difunto Rey que nos reasignaran.”

“Tienes un hermano, qué envidia. Yo soy hijo único.” Selene ríe suavemente ante este comentario. “¿Es mayor?” recibe un asentimiento como respuesta. “¿Qué edad tienes tú?”

“Quince. Antes de que preguntes, mi hermano tiene veintiuno.” Céfiro se sonroja ligeramente. Parece que Selene ya notó que es bastante preguntón. “Si hubieras tenido que ir con el médico lo habrías conocido. Trabaja como aprendiz del Médico Real.”

“¡Eso es genial!” Selene le sonríe con ternura.

“Sí, todo gracias a Su Majestad.”

            Céfiro dirige su mirada al balcón, aquel donde se detuvo a reflexionar la noche pasada. Tiene que volver con su padre cuanto antes, pero tampoco puede causarle más problemas a quien lo ha tratado tan bien. Por ahora sólo puede confiar en su palabra de que lo sacaría de ahí. Pero, cuando llegue el momento, ¿qué va a hacer con la necesidad que siente de quedarse y conocer más al Rey? Seguramente a Selene podría verla de vez en cuando, ya que es una sirvienta y seguro debe tener que salir al pueblo a hacer mandados de Demian o cosas así, pero a Kyrios es seguro que no volvería a verlo. Una fugaz pero profunda angustia cae sobre su pecho ante ese pensamiento. ¿Qué me pasa? Si apenas lo conocí ayer…

“Vamos, Céfiro. Te voy a llevar a comer algo entonces. De ahí iré a informar a mi Señor de la situación.”

Las palabras de Selene lo sacan de sus pensamientos. Frunce el ceño inmediatamente. ¿Acaso tiene que enterarse de todo de inmediato? Bueno, es el Sumo Sacerdote, supone que sí debería. Además, Selene sólo está haciendo su trabajo. Suspira fastidiado de todos modos. Hasta ahora, la mención de Demian sólo logra ponerlo de mal humor.

“¿Y me vas a dejar comiendo solo?” se da cuenta de repente.

“Lo siento, pero en serio debo ir cuanto antes. Pero no te preocupes, voy a llamar a alguien más para que te haga compañía. Es un idiota, pero es buena persona. Te caerá bien.”

            Qué referencia más curiosa y contradictoria, pero tendrá que aceptarla por ahora. Ya conocerá personalmente al sujeto del que habla. Normalmente haría muchas preguntas de todas formas, pero sus pensamientos recientes lo tienen un poco cabizbajo. Sacude la cabeza enérgicamente. De todas formas, no tiene sentido preocuparse de eso ahora, cuando está totalmente atrapado en este lugar. Aun así, la sola idea de un esclavo lo llena de ira. ¿Cuántos otros estarían pasando por esto? Y con amos mucho menos amables que el suyo. La misma Selene aún es una especie de esclava, al servicio de Demian. Aunque se ve feliz con ese destino… Mientras lo haya elegido ella, pues muy bien, pero ¿qué pasa con los otros esclavos? ¿Con él mismo, que necesita volver lo antes posible con su anciano padre? Tal vez debería tratar de escapar de todas maneras, arriesgándose a que lo tomen preso o lo maten. Pero eso pondría en problemas a Kyrios…

“¿Vamos?” la voz de Selene lo sacó de sus cavilaciones. Tranquilo, Céfiro, se dice así mismo, tan sólo ha pasado un día. Ni siquiera lo han golpeado ni encerrado en alguna habitación. Sabe que tiene que ser paciente por ahora.

…Pero la palabra esclavo es como una espina bajo sus uñas.


            Un hombre joven, de cabellos negros, va caminando por los amplios pasillos del palacio. Su desarreglada vestimenta no encaja para nada con la elegancia y majestuosidad a su alrededor. En una de sus manos lleva un recipiente de considerable tamaño. Aún es bastante temprano y quiere aprovechar la luz de la mañana para acabar obra en curso, pero le faltaba este color en su taller para poder seguir avanzando.

            De repente, frente a él y apareciendo detrás de una curva, viene Kyrios, con la mirada clavada en el suelo. El pintor frunce el ceño nada más verlo, pero su expresión se suaviza ligeramente al notar la palidez en el rostro del otro. ¿Qué le pasa?

            Al notar que al pasar a su lado levantó un poco la vista y aun así lo ignoró olímpicamente, decide detenerlo, tomándolo del brazo con firmeza. Recién entonces pareciera que realmente reconoce su presencia.

“Alan…” susurra tratando de apartarse automáticamente, pero claramente el agarre de Alan es mucho más fuerte. “¿Qué quieres? Estoy ocupado, y no tengo tiempo para discutir contigo.”

“Necesitaba decirte lo terrible que te ves. ¿Acaso bebiste mucho ayer en tu cumpleaños? Cuidado, que un rey no debería hacer eso. Su Majestad no lo aprobaría.”

Al menos había logrado recuperar el brillo en sus ojos, aunque fuese sólo por la rabia. Bueno, dada su relación, eso es lo único que puede esperar. “No metas a papá en esto. Además, sabes que yo no bebo.”

“Pues yo sí que bebí y me veo bastante mejor que tú. Supongo que también se debe a que soy mucho más guapo, pero eso ya es otra cosa.”

“Si sólo vas a burlarte de mí, suéltame. Te dije que no tengo tiempo.”

“Ok, ok, pero dime qué te pasa.”

“¿Qué te importa? No seas metiche.”

Su negación está comenzando a exasperarlo, y puede ser porque, la verdad, tampoco sabe bien porqué necesita saber. Por más mal que se llevasen, no quiere quedarse con la duda. Y, por qué no reconocerlo, con la preocupación.

“Hey, que nos llevemos mal no me hace una mala persona. Si veo a alguien con la cara blanca como un lienzo, obvio que me voy a preocupar. Además, para bien o para mal, nos conocemos desde niños.”

Kyrios se queda en silencio ante este argumento, y Alan sonríe triunfante. Entonces lo toma de la mano, con bastante más delicadeza, y lo conduce a sentarse junto a él en el alféizar de una de las ventanas a su lado. Puede notar que un pequeño escalofrío estremece el cuerpo de Kyrios. Probablemente no está acostumbrado a que lo trate con amabilidad, pero a Alan le da igual.

“Entonces, ¿qué te pasa?”

“Nunca se te va a pasar la costumbre de tratarme de tú, ¿eh? Serás un protegido de mi padre, pero yo sigo siendo el rey.”

“Sabes bien lo que pienso de eso.”

“Y si no me encuentras digno de suceder a mi padre, ¿por qué te importa tanto qué me pasa?”

“¡Que ya te lo expliqué! Dios, a veces puedes ser tan cabeza dura. Y eso que con Su Majestad y el Señor Demian solías ser tan dócil, y ahora hasta eso estás perdiendo.”

            Otro sobresalto. En serio, ¿qué mierda le pasa? Desde hace unos tres años que anda muy raro. Casi no habla con nadie, hasta se está alejando de sus primos que antes eran tan cercanos a él. Se nota que su relación con el Sumo Sacerdote también cambió considerablemente. Todo este tiempo lo ha atribuido a la muerte del Rey Lázaro, y no se había inmiscuido por causa de su propio duelo, pero ahora ya no está tan seguro de que ese sea el motivo. No totalmente, al menos.

“Demian me trajo otro esclavo.” Es el turno de Alan de sobresaltarse ahora. “Esta vez es un hombre. Los Ancianos creen que necesito demostrar dominancia o algo así.”

“Pues sí que te falta.”

Kyrios lo mira enfadado de inmediato, y Alan no puede evitar reír. “Ya debes saber qué opino de tener esclavos.” Un suave suspiro brota de sus labios.

“Al menos en eso estamos de acuerdo. Su Majestad también desaprobaba el mantener esclavos, pero los Ancianos pueden ser muy molestos e insistentes.”

“Que no te escuchen hablar así.” Al menos logró hacerlo reír. Se ve un poco más relajado. Sólo un poco. “Ya debe haberse enterado de que no abusé de ese chico, y tengo que ir a hablar con él antes de que los Ancianos le pidan explicaciones.”

“Así que no mentías cuando dijiste que estabas ocupado.” Kyrios le dirige una mirada molesta que vuelve sacarle una carcajada. “Bueno, al menos ahora entiendo que estés preocupado. Antes te pudiste sacar a las esclavas de encima apelando que ellas no querían y no podías forzarlas por ser mujeres, pero con un hombre va a ser más difícil. El objetivo es, justamente, que seas bien macho y abuses de él, aunque no te imagino para nada haciendo eso.” Al ver el rostro de Kyrios añade. “Tranquilo, que es un halago. Yo me considero bien macho y tampoco abusaría de nadie.”

“Mmm, te lo voy a comprar.”

            Se quedan en silencio por un momento. Es un silencio extrañamente cómodo. No se sentía así desde hace años. Desde antes de que Su Majestad muriese. Tal vez fue una buena idea seguir el impulso de detenerlo y conversar con él. Tal vez es el destino. Alan es un hombre que cree firmemente en el destino, después de todo.

“…Gracias.” lo escucha susurrar de repente, tímidamente. Alan no puede evitar pensar que se ve adorable. “Por más odioso que seas la mayor parte del tiempo, lograste relajarme un poco.”

“Hey, que ya no tenemos por qué discutir, ¿te das cuenta? Su Majestad ya no está como para pelear por su atención.” Hace una pequeña pausa, para luego continuar al notar que no recibe comentarios. “Por más que te molestara antes, él también fue un padre para mí. Ahora que…” otra pausa. Ya lo había dicho, pero aún cuesta mantenerse firme al pronunciar esas palabras. “Ahora que no está, ¿no sería mejor compartir su recuerdo? Tan sólo como dos personas que lo amaron.”

            Kyrios se pone de pie repentinamente. Así que aún lo detesta, ¿eh? Lo que dijo no le parece una mala idea. Es verdad que nunca lo considerará el rey porque ese lugar siempre estará reservado para el Gran Rey Lázaro, pero, como dijo, ahora que no tiene porqué pelear con él y que ya no son adolescentes tampoco, no tienen por qué llevarse mal. Supongo que sólo fue una ilusión vana.

            Entonces lo ve detenerse un poco más allá, para luego voltear a mirarle. Alan se sorprende al verlo sonreír de forma radiante. Hace mucho que no veía esa sonrisa. No puede evitar sonrojarse un poco.

“Me lo pensaré.”

Y dicho eso, se va con paso rápido y decidido. Alan también se pone de pie, con la vista clavada en el pasillo por el cual el otro se marchó. Toma nuevamente su bote de pintura con una mano y retoma su camino hacia su taller.

Hace tres años que sólo el recuerdo del Rey Lázaro lo mantenía inspirado para crear su arte. Hace tres años que sentía que la verdadera belleza se había perdido en este mundo. Pero esa sonrisa le ha probado lo contrario.

Son muy distintos. El Rey Lázaro era una belleza elegante, distante y fría, como un ser de las alturas de quien debes ganarte su cariño para que baje a mostrarte calidez.

Kyrios es todo lo contrario. Aunque al parecer ha estado tratando de imitar a su padre durante los últimos cuatro años, desde que el Señor Demian lo tomó bajo su tutela, no puede evitar dejar salir su calidez nata y una ternura difícil de encontrar, sobre todo en un hombre. Toda esa notoria preocupación por ese esclavo, aun cuando debería mantenerse firme en su rol de rey, y esa brillante sonrisa se lo confirman. Además, todo el tiempo que han pasado juntos le ha confirmado cómo es. Esas sonrisas satisfechas cada vez que el Rey o el Sumo Sacerdote le dirigían un halago o una felicitación siempre llamaron su atención. El dolor de la pérdida de su padre lo debe haber cambiado, pero al parecer está retornando a su antiguo ser. Alan ríe para sus adentros.

            Tan distintos, pero padre e hijo, al fin y al cabo. Ambos fuentes de belleza, de inspiración para alguien como él.

“¿Se reiría de mí si le dijera que lo estoy considerando para que sea mi siguiente musa?”

            Hasta él ríe ante la idea. Sin embargo, no le parece descabellada en lo absoluto. Ya tiene claro cuál será su siguiente obra. Pero primero tiene que terminar la que tiene en curso.

“¡Vamos allá!”


La luz baja de las velas y el silencio que rebota en las paredes de esta habitación lo están adormeciendo de nuevo. Se trata de un comedor que conecta a una de las cocinas del palacio. El comedor de los sirvientes, o eso le había dicho Selene. Es bastante pequeño para la cantidad de sirvientes que cree que deben vivir en el palacio, pero al parecer muchos tienen horarios distintos para sus comidas debido a los turnos, por lo que no deben juntarse todos en una misma ocasión. Aun así, para él, que está acostumbrado a una diminuta mesa de madera en la que almuerzan sólo él y su padre, le parece muy grande y solitario. ¿Cuándo vendrá el sujeto al que Selene enviaría para que le hiciera compañía?

Emite un largo bostezo. Normalmente tiene buen apetito, pero toda esta situación se lo ha robado. Y la comida que le sirven a los pobres sirvientes no es tan buena como las verduras frescas que pueden disfrutar su padre y él al ser ellos mismos quienes las cosechan. De todas formas, debe ser mucho mejor que casi todo lo que comen en el pueblo, debido a que lo mejor del mercado se va con los nobles y al palacio, pero claro, con los funcionarios de alto rango, no con los sirvientes y esclavos. Qué injusta es la vida, siendo que esas personas del mercado son las que se esfuerzan día a día por cosechar y preparar esos alimentos.

“Al menos podría haber una ventana en esta pieza. ¡Uno no debería usar velas cuando aún es de día allá afuera!”

            Balancea sus piernas con rabia. Sabe que parece un niñito, pero no le importaría aun si no estuviera solo. Tan solo quiere desquitarse un poco.

“Urgh…”

           Entonces la puerta a su lado se abre, dejando pasar luz de la habitación contigua, la cual pronto se esfuma. Junto con ese escaso rayo de luminosidad, entró un joven rubio y moreno, probablemente unos años mayor que él. Se ve devastado, eso sí. Unas enormes ojeras cuelgan de sus ojos y tiene el ceño fruncido con fuerza, mientras una de sus manos sostiene su cabeza. Céfiro sabe de inmediato qué le sucede. Lo ha visto muchas veces en la gente del pueblo.

“¿Tienes resaca?”

El chico lo mira molesto. “Ni me saludas y ya te estás riendo de mí igual que Selene.” No se estaba riendo, pero ahora sí que le resulta chistoso.

“Hola.” saluda sin más, para cumplir con la formalidad. “¿Eres quién mandó Selene a hacerme compañía?”

La expresión del otro cambia totalmente ahora. Tiene una amplia sonrisa amistosa, aun cuando sigue sosteniendo su cabeza por el dolor.

“Sí, me llamo Neil. ¡Vaya! Pensé que ya habrías comido todo, considerando cuánto me demoré en lograr asearme con todo el mareo, ¡pero no has avanzado nada!”

            Céfiro baja la cabeza, avergonzado. No es que esté despreciando la comida, la cual de todas formas está muy buena. Intenta tomar otro bocado, pero nuevamente el nudo en el estómago lo hace detenerse.

“Lo siento…”

“Hey, yo no fui el que hizo la comida. No te disculpes conmigo.” Le dice el otro riendo, para luego sentarse a su lado a la mesa. “Voy a terminar comiéndome yo tú comida eso sí, que me acabo de levantar y no he comido nada desde ayer.”

“Puedes comer si quieres. Yo no tengo mucha hambre.” suspira él, acercándole el plato de greda, el cual aún conserva una buena cantidad de alimento.

“¿¡En serio!? ¡Muchas gracias!” al instante su cuerpo se recoge por el dolor. “Maldición, tengo que dejar de ser tan gritón. Mi propia voz me está causando dolor de cabeza.” La risa de Céfiro ante sus palabras sólo parece empeorar las cosas. “¡No te rías, que duele más!”

“Lo lamento, pero es que eres muy gracioso.” Le parece más así cuando lo ve devorar la comida sin recato alguno. Tiene que ahogar su risa con todas sus fuerzas.

“Así que eres el nuevo esclavo de Kyrios, ¿eh? Selene me contó.”

Esas palabras llamaron nuevamente a las sombras en el corazón de Céfiro. Su risa se apaga, y sus ojos pierden el brillo inocente que tenían hasta el momento. Asiente lentamente con la cabeza. Neil no parece notar como aprieta los puños con rabia bajo la mesa.

“Es la primera vez que tiene uno. A las mujeres las podía descartar apelando a que no puede violarlas bajo ninguna circunstancia, pero estando en una posición de poder, tiene permitido, y de hecho se espera, que abuse de hombres, así que mi pobre primo la tiene complicada para zafarse de esta.”

“¿Por qué se espera que abuse de alguien? ¿Y por qué a los hombres sí y a las mujeres no? Ya de por sí me parece horrible, y ahora además es injusto.”

“Vaya, la gente del pueblo sí que vive ajena a las costumbres de los nobles, ¿eh? Supongo que sabes que el abuso es penado, ¿no?”

Céfiro asiente. Sí, al menos eso sí que lo sabe, aunque nunca haya tenido la fortuna de ir a la escuela como los niños más favorecidos. Es algo que todos los padres les inculcan a sus hijos, por tradición.

“Sin embargo, los nobles también tienen que demostrar su poder, y para eso toman esclavos de todo tipo. Como el abuso sexual es una fuerte humillación, pues no hay mejor forma de demostrar dominancia. O eso creen ellos. Pero claro, las relaciones homosexuales sólo se permiten bajo estas circunstancias, y sólo a los nobles de mayor rango. De otra forma, se castigaría con la muerte.”

            Le sorprende como Neil puede hablar de todo eso con una sonrisa, como si fuese lo más normal del mundo. Claro, en el pueblo también se tiene claro que las relaciones homosexuales están prohibidas, que son pecado porque no ayudan a procrear, pero nadie debe conocer estas excepciones a menos a que entren en casas de nobles o en el palacio. Todo es tan contradictorio, tan asqueroso.

“¿Y tú qué opinas?”

“No hay mucho que alguien como yo pueda hacer.” Otra respuesta automática, pero al notar la mirada intensa de Céfiro, parece pensarse mejor su respuesta. “Bueno, los guerreros tienen otra visión totalmente distinta del asunto. Algunos de ellos, como los generales, también tienen alto rango, aunque no sean nobles, pero como luchan por proteger a la gente, no se les pasaría por la mente usar a los ciudadanos para esos fines. Aunque sí he escuchado que algunos han abusado de bestias.”

“¿¡De bestias!? ¿No son monstruos horribles, casi como animales?”

Neil ríe ante su actitud atónita. “Lo sé, yo también reaccioné así cuando lo supe. Deben ser los menos, eso sí. Yo jamás lo haría, qué horror.” Céfiro se une a su risa. “Y sobre las mujeres, la situación es aún más delicada con ellas, ya que se les respeta mucho por su asombrosa capacidad para tener hijos. Debes saber que una de las principales preocupaciones actualmente es aumentar la población humana. No sabemos cuántas bestias hay allá abajo, y sufrimos muchas pérdidas cuando hay ataques.”

“Ah, eso tiene sentido.”

Al menos a ellas sí las respetan. Al menos que un porcentaje de la población se salve de esto. Aun así, otro tipo de esclavas existen, como lo fue Selene en su tiempo. Sabe que el Rey Lázaro fue muy querido por sus intentos de abolir la esclavitud que, aunque no fueron cien por ciento efectivos, sí la disminuyeron. Si al menos los trataran como personas y les permitieran trabajar con dignidad…

“Pero aun así el rey tiene un harén para tener hijos, ¿verdad?”

“Sí, pero suele estar conformado por muchachas que anhelan una vida en el palacio, sean nobles o del pueblo. Lo importante es que tienen que estar bien escogidas, para asegurar una buena descendencia.”

            ¿O sea que toda la gente que se acerca a la Familia Real, lo hace por conveniencia? ¿Fue así con el Rey Lázaro y la Reina Freya? Ese pensamiento lo embarga de tristeza una vez más. Kyrios también tendría que tomar por esposa a una mujer que sólo quisiese su poder. No puede irse en contra de los llamados Ancianos, que parecen reinar aún más que él. Todos, tanto esclavos como nobles de buen corazón, están atados a este sistema. Ni siquiera parecen cuestionarlo, como las respuestas resignadas de Neil y Selene le indicaron. Ambos parecen ser buenas personas, pero hablan de esclavitud y abuso como si nada. ¿De qué sirve tener leyes en contra del abuso si los nobles cometerán estos actos de todas formas? Si no fuese por el Rey Lázaro, Kyrios tampoco se hubiese cuestionado este sistema y no le habría prometido intentar apelar por su libertad. No sería el rey amable que ahora le agrada tanto.

“Hablando de esto, Selene me indicó que te entregara algo.”

Esto llamó la atención de Céfiro, sacándolo nuevamente de sus pensamientos deprimentes. Su curiosidad es así de fuerte. Ve que Neil saca una cajita de entre sus ropas. La abre frente a él, mostrándole una bella gargantilla de plata, con una gema azul incrustada en el medio de ésta.

“¿Qué es? ¿Por qué necesitaría algo como eso? No soy una chica.” Además, ¿quién podría querer darle joyas, y para qué? No puede evitar mirarlo con desconfianza.

“Es la prueba de tu estatus como esclavo real. Nadie se atreverá a tocarte mientras lleves esto puesto.”

            Céfiro se pone de pie furioso, de forma instantánea. ¿Dijo que era una prueba de que es un esclavo? Jamás usaría eso. Antes muerto. Sería aceptar esta sociedad, aceptar que no volvería con su padre. Su corazón se acelera tanto que cree que Neil también puede oírlo con claridad.

“¡No pienso usar esa cosa! ¿Qué es eso de que nadie me tocará si llevo eso? ¡Ah claro, pero todos sabrán que me tienen aquí prisionero cuando me vean, ¿eh?! ¡Excelente! Además, se espera que Kyrios sí lo haga sin mi consentimiento, ¿verdad? Se espera que me tenga encerrado, aunque él mismo no quiere hacerlo. Para humillarme. ¿Por qué nos tienen prisioneros de esta forma?”

Neil sólo sonríe, luego de su descargo, seguramente para tratar de tranquilizarlo. “Por mí que no lo uses, pero lamentablemente no hay otra opción.”

“¡Sí que la hay! ¡Me voy de aquí ahora mismo, no me importa lo que digan esos Ancianos o el Sumo Sacerdote!”

            Se apresura a dirigirse a la puerta, sin mirar atrás. Sin embargo, algo lo detiene en cuanto toca la puerta para abrirla. Es Neil, quien lo toma del brazo y, en un segundo, lo aprisiona contra el suelo, posicionándose sobre él y evitando su escape. Sin saber cómo, acabó totalmente inmovilizado, en un abrir y cerrar de ojos.

“¿Qué…?”

“Lo siento, pero no voy a dejar que perjudiques a mi primo.”

            Su primo. Antes no se había puesto a pensarlo. ¿Qué acaso Neil también es de la Familia Real y le estaba faltando el respeto? No sería la primera vez. Aún sigue llamando al rey por su nombre, después de todo. Pero en esta situación, el respeto es lo que menos le importa. Tan sólo piensa en soltarse, pero su agarre es demasiado poderoso. Neil se veía bastante fornido, pero no pensó que sería tan fuerte.

“¡Suéltame! ¡No pienso permitir que me pongas esa cosa!”

“Lo lamento.”

Repite él, y la sonrisa que lo había caracterizado hasta ese momento se esfumó. Con un solo movimiento, las manos de Céfiro están presas por sobre su cabeza, bajo una de las de Neil. Con la que le queda libre, toma la gargantilla ya abierta y la fuerza contra su cuello, probablemente dejándole marcas en el proceso. El frío metal le corta la respiración por unos segundos, ya que no deja de forcejear. Aun sin respirar, no deja de moverse. Pero, atado de pies y manos como está, no puede evitar que Neil, con una habilidad que lo sorprendió profundamente, cierre la gargantilla tras su cuello.

“Como bien supusiste, con eso los guardias te identificarán también. No podrás escapar, chico.”

Entonces Céfiro le araña el brazo en cuanto éste deja libre sus manos. Sus ojos brillan con furia y algunas lágrimas retenidas. Neil lo había sobrepasado y humillado, aun cuando se veía tan simpático.

“¡Dame la llave!”

“No puedo, no la tengo. Selene dijo que el Sumo Sacerdote la guardaría por ahora, considerando que Kyrios también parece querer ayudarte a escapar.”

“¿¡Acaso no es él mi señor!? ¡Es el único que quiere ayudarme!”

“Esto lo hago por su bien también. Esto te impedirá escapar tontamente y que acabes muerto, y Kyrios no tendrá que cargar con el peso de tu muerte, y tampoco tendrá que irse en contra de los Ancianos.”

            Luego ocurrió algo que lo dejó aún más choqueado: la mirada fría que le dirigió durante los instantes en que lo retuvo cambió drásticamente a la amable y alegre que tenía anteriormente. Así, como si nada. Y lo soltó, tal vez viendo que Céfiro ya no tiene la fuerza para seguir resistiéndose.

“Vamos, Céfiro, tranquilízate. Todo a su tiempo. Verás que mi primo encontrará la forma correcta de dejarte ir.”

            No podría resistirse ante alguien tan fuerte, que probablemente aun ni siquiera le muestra todo su potencial. ¿Es que acaso es un guerrero? Por algo debe haber recordado la filosofía de abusos de los guerreros. Sin embargo, y en contra de toda su curiosidad natural, decide no preguntar. Todavía no sabe si puede confiar en Neil, y sinceramente, está asustado. No es como el Sumo Sacerdote, quien claramente le parece una mala persona. Neil es extraño, es peligroso porque no puedes saber si te tratará con simpatía, y al instante siguiente cumplirá con su deber con frialdad.

            Por eso deja que acaricie sus cabellos, sin moverse, aunque el gesto no lo tranquiliza para nada.


“Dime, Kyrios, ¿qué te pareció mi regalo?”

            Demian entra en su despacho luego de tan sólo unos minutos de que el guardia fuese a buscarle, y le dirige esa frase tan irrespetuosa después de cerrar la puerta tras de sí y asegurarse de que se encuentran los dos solos. Solos, tal como Kyrios temía.

“Selene ya me informó que no cumpliste con tus deberes, aun cuando yo intento cumplir con los míos.”

            No lo mira. Teme a la mirada de desaprobación que seguramente le dirige. No puede flaquear por más que sienta que lo está decepcionando. Que no está siendo el rey que debería ser. Aun así, la incomodidad se hace latente cuando deja de escribir el reporte que tiene en las manos.

“Te lo dije antes y te lo repito: no voy a hacerle eso a él ni a nadie. Pero sé que, en su estatus de esclavo, probablemente lo ejecutarán si intenta escapar, así que tendrá que quedarse por un tiempo hasta que logremos solucionar esto.”

“¿Cómo lo vamos a solucionar si los Ancianos ya están entre que creen que la línea real se va a acabar contigo, o que ya no sólo el castillo va a dudar de tu masculinidad, sino que también lo hará el pueblo?”

“¡Tú me enseñaste a ser compasivo como mi padre, ¿no lo recuerdas?! Hazte responsable por tus acciones por una vez.”

“No soy el único que no se hace responsable de sus acciones o de su cargo, y lo sabes muy bien.”

Ahí está. Esto es lo que quería evitar lo más posible. Cuando no se pone débil ante él, pareciera que no pueden dejar de discutir. Tampoco es que normalmente no puedan ponerse de acuerdo en cuanto a la administración del reino. Demian siempre ha sido un excelente consejero. Sus opiniones y decisiones han sido agudas y acertadas la mayor parte del tiempo. Ante emergencias, sobre todo, actúa de forma rápida y eficaz. Tiene la frialdad necesaria que él mismo no posee. Le hubiera gustado tenerlo todo como su padre, pero ante la carencia, siempre ha apreciado tener a Demian para que lo guíe. Eso no ha cambiado, aunque toda su relación sí lo haya hecho.

Sin embargo, el tema de los esclavos ha sido muy recurrente durante este último mes, y por eso han discutido tanto. Aun cuando lo único que quiere es hacerle caso y que lo felicite por hacer un buen trabajo.

“No creo que hayas olvidado lo que pasó.”

Y siempre tiene que estar sacándole en cara el pasado.

“Claro que no. Pero esa fue mi decisión. Nuestra decisión.” Maldice mentalmente por no lograr evitar el quiebre en su voz al decir esas palabras.

“Y te lo agradezco.”

Una puñalada en su corazón. Eso es la voz de Demian ahora. Una puñalada profunda, que por más que luche no puede desprender. Porque no se arrepiente de lo que hizo, pero no puede olvidar. No cuando su padre está en todas partes, en pinturas, en estatuas, en las bocas de la gente a su alrededor. No cuando tiene a Demian frente a él, sonriéndole con supremacía, porque conoce su debilidad. Que él es su debilidad. Y que, un día, esa flaqueza le pasará la cuenta otra vez.

“Pero los Ancianos no se van a quedar tranquilos si no cumplimos con esta gestión. No se puede evadir.”

“¿Llamas gestión a abusar de un chico inocente?”

“Es un esclavo, Kyrios.” La forma en que marca su nombre le transmite un escalofrío. “¿Qué fue lo que te enseñé? Sí, debes ser compasivo, un rey ideal, pero también sabes que debes cumplir con lo que se exige para tu posición. Tu padre, el Rey Lázaro, tenía todo muy claro, y lo sabes. Sabes cómo era con la gente. Sabes cómo era con quienes infringían la ley.”

La pluma en las manos de Kyrios sale disparada al suelo. Juraría que Demian puede escuchar su corazón alterado en este momento. Cierra los ojos con fuerza, tratando de olvidar las imágenes que surgen de sus memorias. Los gritos, los lamentos.

“¡No tenía otra opción! Aun siendo el Rey, le debía obediencia a los Ancianos y a las tradiciones del pueblo…”

“Exactamente. Él tenía claro su deber. ¿Y tú? ¿Lo tienes? ¿Vivirás para cumplir sus expectativas?”

            Demian se inclina por sobre su escritorio y levanta el rostro de Kyrios con uno de sus dedos. El cuerpo del rey tiembla de forma incesante, aunque trate de controlarlo.

“¿De mis expectativas?”

            Los labios de Demian se acercan a los suyos lentamente. Tiene suficiente tiempo para apartarse, pero no lo hace. No puede. El extraño brillo de esos ojos verdes lo tiene preso. Espera sentir esa textura tan anhelada nuevamente, esa curiosa cortada que atraviesa sus labios por el lado derecho.

            Pero el contacto nunca llega. En vez de eso, cuando abre los ojos (¿cuándo los había cerrado?) ve como Demian se aleja riendo.

“Voy a hacer que cumplas, Kyrios. Soy tu Sumo Sacerdote, después de todo.”

            Y dicho esto, se marcha de su oficina como si nada. En cuanto ya no se encuentra presente, Kyrios lanza al aire la montaña de pergaminos a su lado, quedando todos desperdigados por el piso de mármol. Toma su cabeza con sus manos, intentando tranquilizarse. Le cuesta un poco respirar. Otra vez estaba cediendo ante él, y además tiene razón: no podrá salirse de ésta tan fácil. Su padre no pudo evitar a los Sabios, menos lo haría él. Está atrapado. Qué irónico que siendo el Rey se sienta más prisionero que los guardias y sirvientes del palacio.

“¿Su Majestad?”

Se toma unos segundos para tranquilizarse a la fuerza cuando oye que tocan a la puerta. “Adelante.” responde por fin, y la ve entrar. Esa chica que siempre puede estar al lado de Demian y además comparte su cama de vez en cuando. Selene.

            Ella se muestra sorprendida cuando ve todos los papeles en el suelo. Sin embargo, no cuestiona nada y tan sólo se dispone a recogerlos y juntarlos sobre la mesa. Parece acostumbrada a este tipo de arrebatos. Es la sirvienta de Demian y, aunque muchos no lo sepan, él sí que conoce sus arrebatos. Seguro ella también. Frunce el ceño al notar que le molesta que así sea, que ella conozca una faceta de él que no muchos pueden ver.

“Vine por orden de mi señor Demian.” Por qué más si no. “Dijo que tenía que comenzar ya con los preparativos para el Ritual de la Barrera.”

            Es cierto, el ritual. Con tanta insistencia en el tema de los esclavos se le había olvidado totalmente ese tema. A Demian no. A él no se le escapa nada.

“Está bien. Comenzaré hoy mismo. No te molestes, deja eso ahí. Continuaré cuando regrese.”

“Sí, Su Majestad. El Sumo Sacerdote se unirá a usted más tarde.”

            Se pone de pie y pasa al lado de Selene. A veces se arrepiente de haberla traído al palacio. Pero ella no tiene la culpa, no tiene cómo saber de Demian y él. Debería tenerle pena por estar enamorada de un hombre como ese, pero en vez de eso siente celos al verla con él, siente dolor al ser él quien está cerca del Sumo Sacerdote. No tiene remedio.

            Suspira cansado. Además del problema de Céfiro, tendrá que estar al pendiente de esto. Al menos los primeros días no será tan arduo. Cierra los ojos, recordando el rostro de su padre. En esto no le fallaría por nada del mundo. Cumpliría con este rol igual que él lo hizo cuando le correspondió hacerlo. Voy a esforzarme, padre.


            Afortunadamente, Demian no se presentó en los preparativos de hoy. Debería enfadarse, porque dijo que lo haría, pero la verdad siente alivio. Desde que él es el Sumo Sacerdote y tiene que acompañarlo en esta tarea, a Kyrios le es difícil concentrarse. Ya de por si la tarea no es fácil como para que tenga que tardar más porque no logra centrarse en ella como debería.

            Así que regresa solo al palacio, en la carroza real. Bueno, rodeado de varios guardias que lo acompañan a caballo, y de Selene, que está en el asiento de enfrente. Sin embargo, casi no le dirigen la palabra. Es culpa suya por mantenerse alejado de todos durante los últimos años, pero aun así le causa un poco de tristeza. Vuelve a suspirar, y ahí es cuando nota que lo ha hecho mucho hoy. Por lo menos el comienzo de las montañas no está tan lejos del palacio. Tan sólo a una hora en carroza y, además, no tuvo que permanecer tanto allá. Así será por los siguientes días, pero entre más tiempo pase, más durarán los preparativos diarios.

“¿Qué está pasando?” escucha de repente la voz confusa de Selene.

            La carroza se detiene y puede oír a los guardias bajarse de sus caballos. Luego, voces alteradas más lejos. La curiosidad le gana y se asoma por la ventanilla de la carroza. Están en frente a los terrenos del palacio, y alguien está causando alboroto en la entrada. Menos mal que el hombre sólo llegó al portón principal. Si hubiese logrado escabullirse por los jardines, se hubiera topado con los guardias del interior, que son bastante más inclementes con los intrusos.

            Fijando la mirada, nota que es un señor de avanzada edad. Se ve muy angustiado. ¿Qué estará haciendo aquí? ¿Estará pidiendo limosna?

Sus dudas se ven despejadas cuando escucha uno de los nombres que ha estado rondando por su mente durante todo el día. Las conexiones se armaron en un segundo.

“¡No toquen a ese señor!”

            Normalmente no debería salir de la carroza hasta llegar a las puertas principales del palacio, habiendo cruzado los extensos jardines. Aun así, Kyrios, desobedeciendo toda regla, baja de su transporte y se acerca con paso decidido hacia el conflicto. Los guardias lo miran sorprendidos, pero no le detienen.

“¿Qué está pasando?”

            El anciano, a quien ya habían empujado al suelo, se aferra al borde de la capucha que cubre a Kyrios de pies a cabeza. Seguro que el pobre señor no puede ver bien su rostro, pero él sí que percibe la profunda angustia que empapa sus facciones.

“¡Yo sólo quiero a mi hijo devuelta! ¡Él no hizo nada malo! ¡Se los ruego, por favor!”

“¿Es… el padre de Céfiro?”

            Al escuchar a Selene hablar, el señor se abalanza sobre ella, arrastrándose por el suelo, claramente rompiendo su vestimenta y la piel de sus rodillas, y se aferra a su vestido.

“¿Usted conoce a mi hijo, señorita? ¡No le han hecho nada malo, ¿verdad?!”

            Selene tiene el impulso de dar un paso atrás, apartándose de él, lo cual sólo parece generarle mayor preocupación. Sin que alguien pueda prever sus acciones para detenerlo a tiempo, Kyrios se agacha al lado del anciano y toma sus manos entre las suyas.

“¡Su Majestad!”

            Los guardias le llaman la atención, pero no se atreven a tocarlo para ponerlo de pie. Sólo este señor, en su inocencia, se atreve a hacerlo.

“¿M-Majestad?” Kyrios le sonríe, esperando que pueda notar esa expresión por entre las sombras que le cubren el rostro. “¿Realmente es usted?”

“Así es. No te preocupes, anciano, tu hijo está bien. No permitiré que le pase nada. Sólo tendrás que ser paciente hasta que él pueda volver a tu lado.”

“¿Por qué? ¿Qué sucedió?” Entonces una tos terrible se apodera de él. Kyrios aprieta sus manos, tal como se oprimió su corazón.

“Por ahora estará bajo mi cuidado, hasta que pueda encontrar la forma de devolverlo a su hogar. Sé que no es mucho, pero como compensación permítame enviar a un curandero a su casa, que le ayude a sobrellevar su enfermedad y a realizar su trabajo.”

“¡Pero Su Majestad…!”

“Silencio, guardias. Selene, tú te encargarás de gestionarlo. Demian tiene que hacerse cargo de sus acciones.”

“Ah… sí, no hay problema. Céfiro se quedará más tranquilo si sabe que su padre está recibiendo tratamiento.”

“¡Q-Qué los Dioses lo bendigan, mi señor! Le encargo a mi hijo. Le pido que me lo traiga de vuelta lo antes posible. ¡No podría vivir sin él!”

Kyrios acaricia el dorso de las manos del anciano con sus pulgares. “No se preocupe, no le fallaré. Ahora póngase de pie. No se haga más daño, por favor.”

            Ante esas palabras, los guardias reaccionan de inmediato y ayudan al señor a levantarse.

“Ya escuchó a Su Majestad. No vuelva a hacer escándalo por aquí, ¿quiere?”

“¿No puedo visitar a mi hijo?” Los guardias lo están asustando.

“Lamentablemente no podrá hacerlo por ahora. Le haré saber si consigo esa autorización con el Consejo de Ancianos.”

“Pero…”

            La verdad es que nadie puede salir permanentemente del palacio. Ese aspecto también es uno de los que añaden dificultad al asunto de Céfiro. Los secretos del palacio deben quedar en el palacio. Esa es la regla de los Ancianos.

“No se preocupe. Nosotros lo cuidaremos, señor.”

Ante las palabras de aliento de Selene, el señor le sonríe con cariño, como si mirara a una hija. Probablemente ella no se dio cuenta, pero Kyrios sí. Creyó que ella podría llegar a tener algo con Céfiro, por la preocupación que demostró. Bueno, Kyrios imagina que es lo natural. Ambos ya están en edad de empezar a pensar en casarse. Casarse… Él mismo ya debería estar casado y pensando, al menos, en tener descendencia. Así fue con su padre. Sabe que debe hacerlo, pero aún no está en sus planes. Aún no puede olvidar el pasado, no lo suficiente como para entablar una relación así con alguien más.

“Ahora váyase, por favor.”

Kyrios interviene cuando comienzan a forcejear. “Escóltenlo a su casa.”

            Obedecen de inmediato, no sin antes permitir que el señor le diera las gracias una vez más, con una amplia reverencia. Kyrios sonríe con tristeza, sabiendo que nadie puede ver su expresión. Había hecho otro compromiso que no sabe si podrá cumplir.


Sin embargo, el destino puede llegar a ser bastante cruel, con quienes menos lo merecen.

Céfiro camina hacia los aposentos del Rey Kyrios. Se encuentra un poco inquieto luego de pasar la tarde explorando el palacio, o al menos las partes a las que tenía permitido acceder. Es verdad que pudo divertirse y satisfacer parte de su inmensa curiosidad, pero la actitud de todo aquel que lo vio o con quien entabló una conversación lo perturbó. En cuanto sus miradas se encontraban, lo esquivaban. Cuando les dirigió la palabra, la mayoría respondió a regañadientes o simplemente lo ignoraron. Sólo unos pocos terminaron cediendo ante su simpatía. Espera que con el pasar de los días pueda hacer algunas amistades, porque no resistirá mucho estando solo, considerando que el Rey Kyrios seguramente estará ocupado siempre, y que Selene anda de un lado para otro, por lo que le costó ubicarla en el día.

Hablando de Selene, cuando por fin la encontró y pudo conversar un poco con ella, le indicó que tenía que dormir en los aposentos del Rey por ahora, y que, además, tenía algo importante que comunicarle, por lo que debía ir de inmediato a verlo. Lo que lo lleva a este instante. El sol ya se ha escondido y las velas en los pasillos se encuentran encendidas. Afortunadamente logró memorizar las instrucciones de Selene para llegar al cuarto de Kyrios desde donde estaban, o se hubiese perdido entre los amplios y numerosos pasillos. Aun así, piensa que no debe acostumbrarse demasiado, pues pronto saldría de ahí.

Al llegar frente a la puerta, ni siquiera pensó en tocar. Simplemente entró, esperando encontrar al Rey Kyrios. Sin embargo, cuando la puerta se cerró tras de él, al único que halló fue al Sumo Sacerdote, sentado en un amplio sillón en una esquina. Retrocede un paso instintivamente, pero un segundo después decide avanzar, tratando de demostrar seguridad. Tiene la sensación de que todo estará perdido si se muestra débil frente a este hombre.

“Te tardaste bastante.”

“Me dijeron que el Rey Kyrios tenía algo importante que decirme.”

Demian suelta una risa divertida que lo hace fruncir el ceño de inmediato. “Eso es lo que yo le dije a Selene que te informara, para que vinieras pronto, antes de que él llegue.”

Qué mirada más terrible. Le cuesta muchísimo mantenerse firme, no ceder ante el impulso de salir huyendo. Y justamente, por estar concentrado en aquello, no previó al Sacerdote detrás de él, susurrando en su oído.

“Haremos que Kyrios cumpla con su deber, ¿sí?”

            Lo único que logra percibir después es un fuerte dolor en la parte trasera de su cuello, para luego caer en la inconsciencia.


            Cuando abre los ojos, no tiene noción alguna de cuánto tiempo ha transcurrido. Está tendido en una cama, la misma en la que durmió la noche anterior, y no puede moverse. ¿Qué está pasando? quiere preguntar, pero su voz no sale. Tiene un trozo de tela amarrado a la boca. Una mordaza. Como si fuese un animal salvaje.

            Trata de fijar su vista. Frente a él hay dos figuras, las cuales pronto distingue como el Rey y el Sacerdote. Luego cae en cuenta de que está totalmente desnudo, expuesto ante esas dos autoridades. Sólo logra hacerse daño en las muñecas al intentar cubrirse. Está firmemente amarrado a la cama. En un segundo comprendió lo que sucedía, recordando las palabras que Demian le dirigió antes de desmayarse. ¿Qué acaso Kyrios no le había dicho que no lo tocaría, que iba a solucionar todo y lo dejaría volver con su padre? Una punzada aguda ataca su pecho. Aun cuando apenas lo conoció ayer, no puede evitar sentirse profundamente decepcionado. El pánico se apodera de él y vuelve a forcejear, pero es inútil. La cuerda no cede para nada. Todo es inútil. Es un animal atrapado, en exhibición.

“Parece que ya despertó.”

Ve a Kyrios sobresaltarse ante las palabras de Demian, y permaneciendo en silencio. Se ve incómodo. Muy incómodo. Así que realmente él no quiere esto. No le había mentido, ¿verdad? Pero aquí están, en una escena que sólo puede indicar que ocurrirá aquello que ayer se negó a hacer. Todo lo que le habían dicho otros durante el día cobra sentido. Aun siendo el Rey, está tan atrapado como él. Al final, ambos son esclavos de esas personas a las que llaman los Ancianos.

“Qué mirada más llena de odio. No deberías permitir que un esclavo se comporte de esa forma, Kyrios.”

            El Rey se acerca con cuidado, sentándose a su lado en la cama. Pareciera que quisiera no asustarlo, y Céfiro quiere decirle que no tiene miedo de él, que es a Demian a quien mira con odio, y a quién también teme de forma abismal. Al Sacerdote… y a los Ancianos, enemigos invisibles que causan el tormento de ambos.

            Sin embargo, no puede aclararle nada, ni a través de sus palabras ni de sus acciones. Kyrios se ve tan triste, tan resignado. No puede ni imaginar lo horrible que será lo que viene, como para que tenga esa expresión. Tiene que hacer algo pronto, pero literalmente está de manos atadas. Lo único que puede hacer es implorarle con la mirada a Kyrios, que detenga esto, que lo salve, pero sólo logra entristecerlo más.

“Resígnate, niño. Kyrios ya sabe lo que tiene que hacer.”

            El Rey separa los labios, para luego juntarlos nuevamente, sin emitir sonido alguno. En vez de eso, voltea a mirar a Demian, con la misma expresión acongojada. ¿Y acaso ese desgraciado va a quedarse ahí mirando, para asegurarse de que cumpla con las órdenes de los Ancianos? Supone que sí, que es su trabajo. Sin embargo, eso no quita que su presencia haga que todo sea aún más desagradable.

Las siguientes palabras de Demian confirman sus temores y, a la vez, hacen nacer nuevas dudas en su cabeza. “No hay forma en que hagas esto sin mí, ¿verdad?”

El repentino tono dulce en su voz le causa un escalofrío. El Sacerdote se acerca también a la cama, haciendo que los latidos de su corazón se disparen. No, no quiere tenerlo cerca. A él no. Pero no tiene cómo huir y sus muñecas duelen mucho. Aún no sucede nada, pero debe luchar con la angustia para no llorar.

Entonces ocurrió algo que no esperaba. Pensó que le golpearía, que lo humillaría, cualquier cosa. Pero en vez de eso, el Sacerdote, luego de sentarse junto al Rey, posó una de sus manos en los cabellos dorados del otro, y atrajo su cabeza a su hombro, con suavidad. Con mucha suavidad. Y Kyrios se quedó ahí, con la misma mirada triste, con el pecho subiendo y bajando de forma entrecortada, como si estuviese aguantando un sollozo. La mano de Demian acaricia sus cabellos, lo que resulta efectivo para normalizar un poco su respiración. Luego, posa sus labios en su cabeza.

“Lo entiendes, ¿verdad? No hay otra forma. Tu padre cumplió con su deber, por más difícil que fuese. No vas a ser menos que él, ¿no?”

            Un sobresalto, y otra vez una respiración un tanto agitada. Los susurros del Sacerdote parecen los de una serpiente, incitando a un inocente a pecar. Bajos, graves, y llenos de la cruel realidad. ¿Qué acaso en verdad Kyrios no podía hacer nada para revelarse? ¿El Rey Lázaro también tuvo que cometer estas atrocidades, a espaldas del pueblo? ¿¡Cómo puede ser que el Rey tenga menor libertad que la gente del pueblo!? Destruir. Quiere destruirlo todo y sacar a Kyrios de ahí. Eso es lo único que ocupa su mente.

            Lo único que logra interrumpir esos pensamientos nefastos es la imagen de Demian posando sus labios sobre los de Kyrios, sólo por unos instantes. Ya había pensado que estaban actuando de una forma increíblemente íntima, pero jamás hubiera imaginado presenciar algo así. Rayos, nunca habría imaginado ver a dos hombres besándose siquiera, mucho menos al Rey con su Sumo Sacerdote. ¿Que eso no está tajantemente prohibido? Neil hasta mencionó que se castiga con la muerte. Y el Rey ni siquiera se negó. De hecho, se ve hasta cómodo con el trato. Aún triste, infinitamente triste y resignado.

“Si vas a tener que hacer esto, es mejor que lo disfrutes lo más posible, ¿no crees?”

            Las manos de Demian se deslizan por el cuerpo de Kyrios, primero por sobre su vestimenta, luego bajo de ella. Lenta, hasta de forma ceremoniosa, mientras sus labios depositan pequeños besos por sus mejillas, por su cuello, como si fuesen caricias. Y el Rey permanece inmóvil, como una muñeca, con una expresión que le hace creer que está reprimiendo un instinto muy poderoso.

“Yo sí te extrañaba, ¿sabes? Todo este tiempo te he extrañado, desde que decidiste que no debíamos estar más juntos.”

“Yo…” Es la primera vez desde que entró a esta habitación que Céfiro lo oye emitir algún sonido. “…Yo no fui quien decidió eso. Fue porque tú…”

“Porque nosotros.”

“Por lo que hicimos…” finalmente mueve una de sus manos, para posarla sobre la mejilla de Demian con suavidad. “Yo… también te…”

“Shh…” Un beso sella sus labios, impidiendo que acabe esa frase titubeante. “Yo lo sé. No es necesario que digas nada. No necesitas pensar en nada. Sólo déjamelo a mí. Pronto todo se acabará.”

            Las manos de Kyrios se aferran al pecho de Demian, apretando las vestimentas con fuerza. Sin embargo, una caricia en su espalda baja basta para que se relaje un poco. Entonces, Demian saca de entre sus ropas una pequeña botella con un líquido bastante curioso.

Céfiro sólo puede observar ese momento tan íntimo entre esos dos. Realmente la gente no tiene ni idea de lo que sucede en el castillo. Dios, seguro ni los Ancianos están en conocimiento de cosas como estas. Si no, la cabeza de Demian ya hubiese rodado, probablemente. Pero aquí está, saliéndose con la suya, acariciando al Rey como si se tratase de su amante, de su esposa. Aun cuando los dos son hombres. Aun en sus posiciones.

“No tienes por qué tocarlo innecesariamente. Los Ancianos esperan que lo abuses, no que te acuestes con él como si fuese una mujer.”

No como lo que tú estás haciendo con Kyrios.

“Pensé en golpearlo.” Se sobresalta en cuanto oye esas palabras, y nota que Kyrios tiene la misma reacción. “Torturarlo para que quedase aún más claro que esto es un abuso y no otro tipo de encuentro.”

“Demian…”

“Pero no lo haré, tranquilo. No haré nada que te haga sentir aún más culpable. No es la idea. Sólo déjamelo todo a mí.”

            Demian abre esa extraña botella y vierte un poco del líquido en su mano. Luego la lleva a la entrepierna de Kyrios, por debajo de la ropa. Unos gemidos muy leves escapan de su boca, entre sus intentos por morder sus labios para acallarlos. Y él no puede creer lo que ve. Esto ya está sobrepasando todos los límites. ¿En verdad sólo está haciendo su trabajo? Demian dijo que se habían separado... A pesar de que ya está en edad de empezar a pensar en casarse, él no entiende nada de romance, mucho menos de sexo. Todo lo que está viendo es alienígena para él. ¿Es romance? ¿Es abuso?

“Con eso creo que ya está listo como para que entre sin problemas.”

¿Que entre? No se había puesto a pensarlo, pero si no tiene idea de sexo normal, menos lo tiene de esto a lo que llaman atrocidad. Él no es una mujer, ninguna parte de su cuerpo tiene el fin de recibir a otro hombre. Quiere dejar de moverse, porque sus muñecas ya están sangrando de tanto forcejear, pero el miedo no se lo permite. Pronto empezaría a sentir las manos adormecidas.

Las lágrimas han nublado completamente su mirada. De todas formas, no quiere mirar. No quiere ver cómo están sumergidos en su propio mundo, ajenos a él. Como lo están usando para cumplir sus fines, mientras disfrutan de su extraña y clandestina relación. Aún menos quiere ver la mirada sollozante del Rey.

No sabe bien qué es lo que está pasando. Sólo sabe que la respiración de Kyrios se volvió más agitada de un momento a otro, y que está susurrando palabras incoherentes, entre suaves gemidos, y el nombre de Demian. Pasan largos minutos así, en los que Céfiro no se atreve a abrir los ojos. No quiere saber. No quiere saber que él no es nada para ellos, para el Rey. Que su temor y sufrimiento no significan nada para él. No frente a sus responsabilidades. No frente a Demian.

De repente, un quejido sonoro causa que inevitablemente abra los ojos, y la imagen que llegó a ellos es totalmente inconcebible. El Sacerdote se encuentra posicionado detrás del Rey, a quien tiene casi debajo de su cuerpo, y está moviendo ligeramente sus caderas contra las del otro. El Rey, por su parte, se encuentra inmóvil, con el labio inferior fuertemente retenido contra sus dientes, y los ojos vidriosos. Entonces, Demian lo toma de la cintura y los mueve a ambos más cerca de Céfiro, dejándolos entre sus piernas abiertas de par en par.

No. No tiene sentido intentar zafarse, pero su cerebro no responde. No se acerquen. Sus tobillos y muñecas arden a más no poder. No me hagan esto. Demian los inclina a ambos por sobre Céfiro. Yo no soy un esclavo. Lanza una mirada aterrada, sin quererlo, hacia su entrepierna, y puede ver claramente como la mano de Demian dirige el miembro de Kyrios hacia él. No soy una cosa. Ahora entiende bien qué exactamente estaba haciéndole Demian a Kyrios, que lo hizo quejarse de esa manera. No me uses. Kyrios retrocede un poco, su espalda chocando contra el cuerpo de Demian. Se ve totalmente asustado. No le hagas esto a Kyrios.

“Shhh, no te preocupes.”


Demian toma su barbilla con una de sus manos y deposita un suave y hasta casto beso en su mejilla. Y Céfiro no puede hacer más que sentir escalofríos ante lo disonante que es esa imagen con lo que están a punto de hacer.

“Demian…”

“…El único malvado aquí, el único que tiene la culpa… soy yo.”

Entonces, no supo si el Sacerdote pronunció alguna palabra más. Sus oídos se ensordecieron con sus propios gritos de dolor, aun cuando están siendo ahogados por la mordaza. Algo grande y duro comenzó a abrirse paso dentro de él. Nunca había sentido un dolor igual. En un instante, cada músculo de su cuerpo entró en tensión, haciendo aún más difícil esa irrupción en su ser. En contra de todos sus deseos, su mirada vuelve a posarse ahí, lo cual sólo le causa aún más horror. No le cabe en la mente como es que eso está entrando por ahí, y las pequeñas manchas rojas en el cobertor son prueba de que esto no debería estar sucediendo. Y el dolor cada vez se vuelve más intenso, a medida que el movimiento toma un ritmo definido.

Ni siquiera se atreve a cerrar los ojos. Teme perder la consciencia y no saber qué más harán con su cuerpo. Pero luego se da cuenta. Basta con mirarlos. No harán nada más con él. De hecho, es como si él no estuviese frente a ellos. No es el Rey quien está moviéndose dentro de él siquiera. Es Demian quien mueve las caderas del otro, quien utiliza el cuerpo de Kyrios como si fuese una marioneta.

El tiempo se hace eterno, mientras su interior se desgarra poco a poco, y sólo puede implorar mentalmente para que todo acabe pronto, que Demian los deje ir. Por unos segundos, Kyrios le mira directamente, para luego negar con la cabeza efusivamente, sin decir nada, y pareciera que su corazón sintiese tanto dolor como el de él mismo. Y a ratos pareciera que sólo percibe a Demian detrás de él. Angustia, anhelo, miedo, culpa. Eso es todo lo que ve en sus ojos. Y algo más, pero que no sabe describir. No quiere saber. Que le causen dolor físico es una cosa, pero reconocer que tan sólo lo utilizan para cumplir un deber, como si fuera una herramienta, y que, en este momento, él no tiene ningún valor como ser humano, es otra muy distinta.

Así que decide cerrar los ojos. No quiere observar más la ceremonia que llevan a cabo, en la que no sólo él es un sacrificio. No quiere ver como Kyrios prefiere a Demian y a su reino por sobre él, aunque la elección, desde un principio, fuese obvia y clara. No quiere reconocer que ahora es un esclavo. Que no tiene libertad. Que es una herramienta de los Ancianos para controlar a Kyrios, e incluso puede que a Demian también. Que nunca volverá a ver a su padre.

Con los parpados fuertemente cerrados, y aguantando lo más que puede sus gritos ahogados, intenta con todo su ser distraerse del penetrante dolor que embarga a su cuerpo y a su alma. Por un segundo, imagina que de su espalda surgen alas enormes, como las de un águila. Las amarras que lo retienen ceden y, aun con las heridas en su cuerpo, es capaz de tomar entre sus brazos a Kyrios y llevarlo junto a él, lejos, a donde se encuentra su padre. Su querido padre. ¿Cómo iba a mirarlo a los ojos de ahora en adelante? ¿Tendría siquiera esa oportunidad? Ahora que no es más que un esclavo, un objeto.

Pero no tiene alas que le den la libertad que tanto añora. Una sustancia espesa y cálida que lo llena por dentro lo regresa a la humillante realidad. Abre nuevamente los ojos para ver como el color blanco se mezcla con el rojo. Ambos están detenidos sobre él. Y entonces ve a Demian retroceder, luego de un leve quejido por parte de Kyrios, que seguramente indica que el bastardo salió de dentro del Rey. Una expresión muy extraña cubre su rostro. Como si no supiese qué hace en ese lugar. Segundos después, se marchó.

Céfiro se mantiene tan quieto como Kyrios. Ya no quiere saber nada más. Sólo quiere cerrar sus ojos nuevamente y ahora sí perder la consciencia. Sin embargo, cuando siente que sus ojos comienzan a pesar, un repentino sonido vuelve a despertarlo por completo.

Es un sollozo. La falta de expresión en el rostro de Kyrios, en un principio, le hizo difícil notar que provenía de él. Pero pronto esa imagen se quebró en pedazos, dando paso a… lágrimas. A un llanto como nunca lo había visto, ni siquiera en un niño pequeño. Gruesas, copiosas lágrimas resbalan por sus mejillas y desconsolados sollozos llegan a convertirse en gritos de dolor, escapando libres de lo más profundo de su pecho, como si ya no tuviese la fuerza necesaria para retenerlos. Entre ellos, también alcanza a diferenciar algunas palabras sueltas. Llamados a su difunto padre, que parecen de auxilio y ruego. Una disculpa tras otra. Su propio nombre, Céfiro, seguido de más y más disculpas. Y el nombre del Sacerdote, cubierto de un anhelo y angustia insondables.

En un segundo, toda preocupación por su estado actual se esfumo. Kyrios es lo único que ocupa su mente. Cada sonido, cada instante le rompe el corazón, incluso más que todo lo vivido recién. ¿Por qué? Siente un deseo imperioso de estrecharlo entre sus brazos y consolarlo, de decirle que no lo culpa, que entiende que no tenía opción. Preguntar. Preguntar cuál es su relación con Demian, qué es lo que le causa tanto dolor, tanta desesperación. Tanta culpa. ¿Por qué sufre más él, que Céfiro, quien fue el que sufrió el abuso?

La respuesta tiene que estar en Demian. En el hombre que los llevó a esta situación, que utilizó el cuerpo de Kyrios y probablemente manipuló sus emociones. Él lo sabe. Esas lágrimas, esos sollozos, toda esta desesperación que le arrebata la hermosa sonrisa que vio el día anterior, son por su causa. En este instante, no importa qué fue lo que Demian hizo para causar estas emociones en Kyrios. Céfiro sólo quiere culpables. Sólo quiere extinguir la fuente del dolor del ser que tiene frente a él.

Aprieta los dientes con fuerza. Demian va a pagar. Por usarlo a él como un objeto, y por el dolor que le está causando a quien no puede siquiera consolar.

El inmaculado corazón de Céfiro se cubrió, por primera vez en toda su vida, de una sombra infinitamente oscura.

De un deseo irreprimible de arrebatar una vida.


- FIN DE CAPÍTULO 2 –

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