“El cielo que alcanzamos”
(Tadoritsuita Heaven)
por Himutako Mizu (RPMizu)
Capítulo 02: "Traición”
Los rayos de sol caen sin
piedad sobre el rostro del Rey, sacándolo del mundo de los sueños a la fuerza.
¿Por qué? Justo cuando estaba durmiendo tan bien, como hace mucho no lo hacía.
Abre los ojos con molestia, pero ésta se disipa cuando nota a Céfiro, el
esclavo que Demian trajo para él el día anterior, a su lado. Decide atribuir a
su presencia lo bien que había podido dormir. Hace mucho que no despierta tan
descansado. Hasta podría jurar que tuvo un sueño muy agradable, uno que lo hace
sentir satisfecho y a la vez nostálgico. ¿Qué era? Cierra los ojos con fuerza,
haciendo memoria. Lo único que puede ver es una tierra árida y desolada. Por
más desesperanzadora que pareciese, la imagen lo llena de calidez.
Pero no hay nada más. Juraría
que no era la primera vez que tenía ese sueño, pero no puede recordar en qué
consistía. Tal vez estando al lado de Céfiro podría recordarlo. Más puntos para
que se quede, aunque sabe que debe ayudarlo a regresar con su padre cuanto
antes. Seguro que eso complacería a su propio padre también, donde sea que
esté.
Se levanta lentamente de su
cama, buscando no despertar al que aún duerme tan tranquilamente. No puede
evitar sonreír al verlo. Por eso mismo tiene que solucionar esto cuanto antes.
¿Quién es el Rey, eh? Demian va a tener que escucharlo. Tal vez los Ancianos
serían más difíciles de convencer, pero le dejaría eso al Sumo Sacerdote.
Demian… Normalmente prefiere evitar lo más posible el estar a solas con él,
pero esta vez no será posible. Fuerza,
Kyrios, fuerza, se repite mentalmente, La
vas a necesitar.
Kyrios se dirige a su baño
privado, sin esperar ni llamar a su sirvienta. A pesar de estar acostumbrado a
ese tipo de trato, si puede evitar que lo sigan todo el tiempo y que lo traten
como a un inválido, puedes lo hará. Para haber estado en una celebración el día
anterior, se siente bastante despejado. Menos mal que no le agrada demasiado el
alcohol, o sí que necesitaría ayuda ahora, con el mareo que estaría sufriendo.
“Como
rey, deberías probar distintos licores y desarrollar tolerancia al alcohol.
Seguro lo has notado, pero la forma en que tu padre toma la copa de la que bebe
refuerza el aura de autoridad que tiene.”
Las imágenes llegaron solas
a su mente, sin que pudiese evadirlas. Se detiene para poder apoyarse en la
pared. Una de sus manos se posa sobre su boca, tratando de ahogar un suspiro
angustiado. Las voces simplemente continuaron reproduciéndose en su cabeza.
Pronto todo pareció una película clavada en sus parpados cerrados con fuerza.
“Lo sé,
pero me desagrada tanto la sensación que deja en la garganta.” se queja Kyrios,
unos años menor que en la actualidad. El gesto infantil, con las mejillas
infladas por la molestia, lo hace ver aún menor.
“Es
demasiado adulta para ti.” se ríe Demian.
Kyrios
baja la mirada. Siempre tratándolo de esa forma. Su único consuelo es escuchar
la animada y sincera risa de Demian, aquella que no mucha gente tiene el
privilegio de oír. De hecho, con ese sonido y la cálida luz del atardecer
bañándolos, no necesita de alcohol para sentirse embriagado.
“No soy
un adulto como Demian… ni tampoco puedo ser como mi padre.”
Pronto
siente una mano sobre su cabeza. Esa presión tan familiar y siempre tan
anhelada sobre sus cabellos. Grande, brusca, pero tan placentera. Luego esa
mano bajó, deslizándose por su mejilla, y no pudo resistir la tentación de
cerrar los ojos y reclinar su rostro, buscando mayor contacto.
“Patético, patético.” Apura el paso. Tiene la
certeza de que algo lo está persiguiendo. No sabe si son los recuerdos, la
culpa o realmente hay una presencia detrás de él.
“De todas
formas deberías acostumbrarte al alcohol, ya que funciona parecido al veneno. Te
haría bien volverte inmune.” Este Demian, siempre diciendo cosas tan extrañas.
“Para eso
tenemos Degustadores Reales.”
“Es
verdad.” Demian vuelve a reír, y Kyrios abre los ojos de inmediato para poder
admirar su sonrisa. “¿Y qué tal si yo mismo te lo doy a probar?” Uno de los
largos dedos de Demian se posa sobre sus labios. Sus mejillas se sonrojan ante
el sonido de disconformidad que brotó de ellos cuando el otro se alejó. Lo ve
sacar una botella de una repisa y llenar una copa de un líquido con un aroma
muy fuerte. “De esta forma.” Acto seguido se la llevó a la boca, tomando un
trago que es claramente retenido antes de pasar por su garganta.
Kyrios entra a su baño
privado, cerrando detrás de él de un portazo. Sus brazos rodean su cuerpo y sus
uñas dejan marcas profundas en sus brazos. Qué importa si pronto van a
desaparecer. Nadie se enteraría. Lo importante ahora es sentir dolor. Nada más
que dolor. Uno tal que no pueda pensar más en el pasado. Rasguña, rasguña. Los
temblores de su cuerpo sólo hacen que las heridas resultantes sean más
desagradables. Ya limpiaría la sangre bajo sus uñas.
Demian extiende una mano hacia él. Kyrios mira a su alrededor con
nerviosismo, asegurándose de que se encuentran los dos solos en aquella
oficina. Con esa confirmación, hace de inmediato lo que claramente su tutor le
está comandando. ¿Cómo iba a resistirse a esa mirada?
Corre a los brazos de Demian, los cuales lo rodean con fuerza. Y
entonces, el líquido retenido dentro de la boca del otro desciende por la suya,
por su garganta, haciéndolo sentir embriagado rápidamente. Ni siquiera le
importa la sensación quemante en su esófago, o ese sabor ácido al que no logra
acostumbrarse. No puede apartar la mirada de esos ojos verdes.
“Perdón… perdón… Padre…”
Su espalda se desliza por la
puerta lentamente. Sus largos cabellos dorados se esparcen por el suelo cuando
termina sentado en la fría baldosa. Aunque las lágrimas no caen, de sus labios
brotan sollozos ahogados. La luz de la mañana que se cuela por el enorme vitral
a la izquierda daña sus ojos vidriosos. Y pensar que después de tanto tiempo
aún no puede superar estas crisis.
“Ya han pasado… ¿cuántos? ¿Dos, tres años?”
abraza sus rodillas y apoya su cabeza en sus brazos, buscando inconscientemente
un poco de protección. “Aún no puedo olvidarlo, padre… No puedo olvidar a
Demian.”
“¡Céfiro! Despierta. Ya es tarde.”
Una
voz lo llama de entre sus sueños. No entiende muy bien lo que pasa. Claramente
no es la voz de su padre, pero la costumbre hace que le responda como siempre.
Además, la cama se siente extrañamente reconfortante y no tiene deseo alguno de
salir de ella.
“Cinco minutos más, papá…”
Entonces escucha una risa femenina. “No,
Céfiro, no soy tu padre. Soy Selene, nos conocimos ayer, ¿recuerdas?” ¿Selene?
¿Ayer? El nombre le parece ligeramente familiar, pero no puede recordar de qué.
¿Qué pasó ayer? “Te vine a buscar para revisión.” Más información extraña.
¿Revisión? ¿De qué? ¿De los productos?
Confundido, Céfiro decide
que es mejor abrir los ojos, aunque la brillante mañana lo deje ciego por unos
segundos. Al ajustarse a la luz, por fin puede ver a una chica de claros
cabellos castaños, sonriendo radiante. ¿Quién era? Selene, dijo ella. Ayer…
Los recuerdos llegan a él de
golpe, causando que se siente en la cama rápidamente. Todo dejo de ensoñación
se ha ido. La cruel sonrisa del Sumo Sacerdote viene a su mente. Ese hombre lo
había raptado y entregado como regalo al Rey Kyrios. El sólo recordarlo lo
llena de un impulso de escape difícil de controlar, que hace hervir su sangre.
Sin embargo, a ese recuerdo le sigue la sonrisa amable del Rey, la cual
apacigua su rabia y su miedo con rapidez. Sí, ahora es el esclavo sexual del
Rey, y le da asco de sólo pensarlo, pero el Rey no lo tocó. Es más, le aseguró
que buscaría la forma en que volviera con su padre, y le permitió dormir a su
lado, en esta cama tan cómoda. No puede evitar sonreír.
“Parece que estás de buen humor. Menos mal. Me
asustaste por un momento.” Selene le quita el cobertor de un tirón. “Vamos,
tienes que levantarte. Hay que llevarte con el doctor.”
Céfiro la mira totalmente confundido. “¿Con el
doctor? Pero no me siento mal para nada. De hecho, nunca había descansado tan
bien.”
“Mmm…” la sonrisa se esfuma del rostro de
Selene. ¿Qué? ¿Acaso es tan malo que se sienta bien? “Sabía que esto pasaría.
Su Majestad no te tocó, ¿verdad?”
“No… fue muy bueno conmigo, de hecho.”
Selene suspira sonoramente. “Lo sabía. Igual
que todas las otras chicas que mi señor Demian le ha traído. ¿Qué vamos a hacer
ahora?”
Céfiro frunce el ceño. “¿Qué tiene de malo que
sea una buena persona?”
“No, claro que eso es bueno. Es lo que se
espera de Su Majestad, pero también se espera que tenga un harén y que tenga
esclavos.”
“Pues te estás contradiciendo.”
“Así son las cosas aquí, Céfiro, no se puede
hacer nada. Ahora mi Señor tendrá que ver cómo solucionar este problema. Adoro
a Su Majestad, pero siempre le trae tantos problemas a mi Señor Demian.”
“Mejor para mí que tenga problemas. Es un
bastardo.”
“¡Céfiro!” por su atrevimiento se gana un golpe
en la cabeza con una almohada. Podría haber sido peor, considerando lo mucho
que parece adorar al desgraciado ese. “Al menos yo soy una sirvienta, pero no
vuelvas a decir eso en frente de mi Señor o de alguna otra autoridad. O de
algún guardia. ¡Como sea, no vuelvas a decir eso!”
“Ok, ok, lo lamento.” Mentira. “Aunque le
agradezco de todas formas que me haya traído, sólo porque pude conocer al Rey
Kyrios. Nadie del pueblo lo ha visto, y siempre me llamó la atención que todos
lo adoraran de todas formas. Ahora sé por qué: El Rey Kyrios sí que es el rey
justo que todos dicen que es.” Además, es mucho más hermoso de lo que imaginó,
pero eso no lo va a mencionar. Podría sonar un poco extraño.
“Claro que lo es. Es el hijo del Gran Rey
Lázaro, después de todo, y lo educó mi Señor personalmente.” Eso último no le
parece un buen antecedente, pero lo dejó pasar. “Como te dije, él fue el que me
sacó de las minas. Era un trabajo muy duro. Con mi hermano pasamos mucha
hambre. Pero Su Majestad nos descubrió y le pidió al difunto Rey que nos
reasignaran.”
“Tienes un hermano, qué envidia. Yo soy hijo
único.” Selene ríe suavemente ante este comentario. “¿Es mayor?” recibe un
asentimiento como respuesta. “¿Qué edad tienes tú?”
“Quince. Antes de que preguntes, mi hermano
tiene veintiuno.” Céfiro se sonroja ligeramente. Parece que Selene ya notó que
es bastante preguntón. “Si hubieras tenido que ir con el médico lo habrías
conocido. Trabaja como aprendiz del Médico Real.”
“¡Eso es genial!” Selene le sonríe con ternura.
“Sí, todo gracias a Su Majestad.”
Céfiro
dirige su mirada al balcón, aquel donde se detuvo a reflexionar la noche
pasada. Tiene que volver con su padre cuanto antes, pero tampoco puede causarle
más problemas a quien lo ha tratado tan bien. Por ahora sólo puede confiar en
su palabra de que lo sacaría de ahí. Pero, cuando llegue el momento, ¿qué va a
hacer con la necesidad que siente de quedarse y conocer más al Rey? Seguramente
a Selene podría verla de vez en cuando, ya que es una sirvienta y seguro debe
tener que salir al pueblo a hacer mandados de Demian o cosas así, pero a Kyrios
es seguro que no volvería a verlo. Una fugaz pero profunda angustia cae sobre
su pecho ante ese pensamiento. ¿Qué me
pasa? Si apenas lo conocí ayer…
“Vamos, Céfiro. Te voy a llevar a comer algo
entonces. De ahí iré a informar a mi Señor de la situación.”
Las palabras de Selene lo
sacan de sus pensamientos. Frunce el ceño inmediatamente. ¿Acaso tiene que enterarse
de todo de inmediato? Bueno, es el Sumo Sacerdote, supone que sí debería.
Además, Selene sólo está haciendo su trabajo. Suspira fastidiado de todos
modos. Hasta ahora, la mención de Demian sólo logra ponerlo de mal humor.
“¿Y me vas a dejar comiendo solo?” se da cuenta
de repente.
“Lo siento, pero en serio debo ir cuanto antes.
Pero no te preocupes, voy a llamar a alguien más para que te haga compañía. Es
un idiota, pero es buena persona. Te caerá bien.”
Qué
referencia más curiosa y contradictoria, pero tendrá que aceptarla por ahora.
Ya conocerá personalmente al sujeto del que habla. Normalmente haría muchas
preguntas de todas formas, pero sus pensamientos recientes lo tienen un poco
cabizbajo. Sacude la cabeza enérgicamente. De todas formas, no tiene sentido preocuparse
de eso ahora, cuando está totalmente atrapado en este lugar. Aun así, la sola
idea de un esclavo lo llena de ira. ¿Cuántos otros estarían pasando por esto? Y
con amos mucho menos amables que el suyo. La misma Selene aún es una especie de
esclava, al servicio de Demian. Aunque se ve feliz con ese destino… Mientras lo
haya elegido ella, pues muy bien, pero ¿qué pasa con los otros esclavos? ¿Con
él mismo, que necesita volver lo antes posible con su anciano padre? Tal vez
debería tratar de escapar de todas maneras, arriesgándose a que lo tomen preso
o lo maten. Pero eso pondría en problemas a Kyrios…
“¿Vamos?” la voz de Selene lo sacó de sus
cavilaciones. Tranquilo, Céfiro, se
dice así mismo, tan sólo ha pasado un día.
Ni siquiera lo han golpeado ni encerrado en alguna habitación. Sabe que tiene
que ser paciente por ahora.
…Pero la palabra esclavo es como una espina bajo sus uñas.
Un
hombre joven, de cabellos negros, va caminando por los amplios pasillos del
palacio. Su desarreglada vestimenta no encaja para nada con la elegancia y
majestuosidad a su alrededor. En una de sus manos lleva un recipiente de
considerable tamaño. Aún es bastante temprano y quiere aprovechar la luz de la
mañana para acabar obra en curso, pero le faltaba este color en su taller para
poder seguir avanzando.
De
repente, frente a él y apareciendo detrás de una curva, viene Kyrios, con la
mirada clavada en el suelo. El pintor frunce el ceño nada más verlo, pero su
expresión se suaviza ligeramente al notar la palidez en el rostro del otro.
¿Qué le pasa?
Al
notar que al pasar a su lado levantó un poco la vista y aun así lo ignoró
olímpicamente, decide detenerlo, tomándolo del brazo con firmeza. Recién entonces
pareciera que realmente reconoce su presencia.
“Alan…” susurra tratando de apartarse
automáticamente, pero claramente el agarre de Alan es mucho más fuerte. “¿Qué
quieres? Estoy ocupado, y no tengo tiempo para discutir contigo.”
“Necesitaba decirte lo terrible que te ves.
¿Acaso bebiste mucho ayer en tu cumpleaños? Cuidado, que un rey no debería
hacer eso. Su Majestad no lo aprobaría.”
Al menos había logrado recuperar el brillo en
sus ojos, aunque fuese sólo por la rabia. Bueno, dada su relación, eso es lo
único que puede esperar. “No metas a papá en esto. Además, sabes que yo no
bebo.”
“Pues yo sí que bebí y me veo bastante mejor
que tú. Supongo que también se debe a que soy mucho más guapo, pero eso ya es
otra cosa.”
“Si sólo vas a burlarte de mí, suéltame. Te
dije que no tengo tiempo.”
“Ok, ok, pero dime qué te pasa.”
“¿Qué te importa? No seas metiche.”
Su negación está comenzando
a exasperarlo, y puede ser porque, la verdad, tampoco sabe bien porqué necesita
saber. Por más mal que se llevasen, no quiere quedarse con la duda. Y, por qué
no reconocerlo, con la preocupación.
“Hey, que nos llevemos mal no me hace una mala
persona. Si veo a alguien con la cara blanca como un lienzo, obvio que me voy a
preocupar. Además, para bien o para mal, nos conocemos desde niños.”
Kyrios se queda en silencio ante
este argumento, y Alan sonríe triunfante. Entonces lo toma de la mano, con
bastante más delicadeza, y lo conduce a sentarse junto a él en el alféizar de
una de las ventanas a su lado. Puede notar que un pequeño escalofrío estremece
el cuerpo de Kyrios. Probablemente no está acostumbrado a que lo trate con
amabilidad, pero a Alan le da igual.
“Entonces, ¿qué te pasa?”
“Nunca se te va a pasar la costumbre de
tratarme de tú, ¿eh? Serás un protegido de mi padre, pero yo sigo siendo el
rey.”
“Sabes bien lo que pienso de eso.”
“Y si no me encuentras digno de suceder a mi
padre, ¿por qué te importa tanto qué me pasa?”
“¡Que ya te lo expliqué! Dios, a veces puedes
ser tan cabeza dura. Y eso que con Su Majestad y el Señor Demian solías ser tan
dócil, y ahora hasta eso estás perdiendo.”
Otro
sobresalto. En serio, ¿qué mierda le pasa? Desde hace unos tres años que anda
muy raro. Casi no habla con nadie, hasta se está alejando de sus primos que
antes eran tan cercanos a él. Se nota que su relación con el Sumo Sacerdote
también cambió considerablemente. Todo este tiempo lo ha atribuido a la muerte
del Rey Lázaro, y no se había inmiscuido por causa de su propio duelo, pero
ahora ya no está tan seguro de que ese sea el motivo. No totalmente, al menos.
“Demian me trajo otro esclavo.” Es el turno de
Alan de sobresaltarse ahora. “Esta vez es un hombre. Los Ancianos creen que
necesito demostrar dominancia o algo así.”
“Pues sí que te falta.”
Kyrios lo mira enfadado de inmediato, y Alan no
puede evitar reír. “Ya debes saber qué opino de tener esclavos.” Un suave
suspiro brota de sus labios.
“Al menos en eso estamos de acuerdo. Su
Majestad también desaprobaba el mantener esclavos, pero los Ancianos pueden ser
muy molestos e insistentes.”
“Que no te escuchen hablar así.” Al menos logró
hacerlo reír. Se ve un poco más relajado. Sólo un poco. “Ya debe haberse
enterado de que no abusé de ese chico, y tengo que ir a hablar con él antes de
que los Ancianos le pidan explicaciones.”
“Así que no mentías cuando dijiste que estabas
ocupado.” Kyrios le dirige una mirada molesta que vuelve sacarle una carcajada.
“Bueno, al menos ahora entiendo que estés preocupado. Antes te pudiste sacar a
las esclavas de encima apelando que ellas no querían y no podías forzarlas por
ser mujeres, pero con un hombre va a ser más difícil. El objetivo es,
justamente, que seas bien macho y abuses de él, aunque no te imagino para nada
haciendo eso.” Al ver el rostro de Kyrios añade. “Tranquilo, que es un halago.
Yo me considero bien macho y tampoco abusaría de nadie.”
“Mmm, te lo voy a comprar.”
Se
quedan en silencio por un momento. Es un silencio extrañamente cómodo. No se
sentía así desde hace años. Desde antes de que Su Majestad muriese. Tal vez fue
una buena idea seguir el impulso de detenerlo y conversar con él. Tal vez es el
destino. Alan es un hombre que cree firmemente en el destino, después de todo.
“…Gracias.” lo escucha susurrar de repente,
tímidamente. Alan no puede evitar pensar que se ve adorable. “Por más odioso
que seas la mayor parte del tiempo, lograste relajarme un poco.”
“Hey, que ya no tenemos por qué discutir, ¿te
das cuenta? Su Majestad ya no está como para pelear por su atención.” Hace una
pequeña pausa, para luego continuar al notar que no recibe comentarios. “Por
más que te molestara antes, él también fue un padre para mí. Ahora que…” otra
pausa. Ya lo había dicho, pero aún cuesta mantenerse firme al pronunciar esas
palabras. “Ahora que no está, ¿no sería mejor compartir su recuerdo? Tan sólo
como dos personas que lo amaron.”
Kyrios
se pone de pie repentinamente. Así que aún lo detesta, ¿eh? Lo que dijo no le
parece una mala idea. Es verdad que nunca lo considerará el rey porque ese lugar siempre estará reservado para el Gran Rey
Lázaro, pero, como dijo, ahora que no tiene porqué pelear con él y que ya no
son adolescentes tampoco, no tienen por qué llevarse mal. Supongo que sólo fue
una ilusión vana.
Entonces
lo ve detenerse un poco más allá, para luego voltear a mirarle. Alan se
sorprende al verlo sonreír de forma radiante. Hace mucho que no veía esa
sonrisa. No puede evitar sonrojarse un poco.
“Me lo pensaré.”
Y dicho eso, se va con paso
rápido y decidido. Alan también se pone de pie, con la vista clavada en el
pasillo por el cual el otro se marchó. Toma nuevamente su bote de pintura con
una mano y retoma su camino hacia su taller.
Hace tres años que sólo el
recuerdo del Rey Lázaro lo mantenía inspirado para crear su arte. Hace tres
años que sentía que la verdadera belleza se había perdido en este mundo. Pero
esa sonrisa le ha probado lo contrario.
Son muy distintos. El Rey
Lázaro era una belleza elegante, distante y fría, como un ser de las alturas de
quien debes ganarte su cariño para que baje a mostrarte calidez.
Kyrios es todo lo contrario.
Aunque al parecer ha estado tratando de imitar a su padre durante los últimos
cuatro años, desde que el Señor Demian lo tomó bajo su tutela, no puede evitar dejar
salir su calidez nata y una ternura difícil de encontrar, sobre todo en un
hombre. Toda esa notoria preocupación por ese esclavo, aun cuando debería
mantenerse firme en su rol de rey, y esa brillante sonrisa se lo confirman.
Además, todo el tiempo que han pasado juntos le ha confirmado cómo es. Esas
sonrisas satisfechas cada vez que el Rey o el Sumo Sacerdote le dirigían un
halago o una felicitación siempre llamaron su atención. El dolor de la pérdida
de su padre lo debe haber cambiado, pero al parecer está retornando a su
antiguo ser. Alan ríe para sus adentros.
Tan
distintos, pero padre e hijo, al fin y al cabo. Ambos fuentes de belleza, de
inspiración para alguien como él.
“¿Se reiría de mí si le dijera que lo estoy
considerando para que sea mi siguiente musa?”
Hasta
él ríe ante la idea. Sin embargo, no le parece descabellada en lo absoluto. Ya
tiene claro cuál será su siguiente obra. Pero primero tiene que terminar la que
tiene en curso.
“¡Vamos allá!”
La luz baja de las velas y
el silencio que rebota en las paredes de esta habitación lo están adormeciendo
de nuevo. Se trata de un comedor que conecta a una de las cocinas del palacio.
El comedor de los sirvientes, o eso le había dicho Selene. Es bastante pequeño
para la cantidad de sirvientes que cree que deben vivir en el palacio, pero al
parecer muchos tienen horarios distintos para sus comidas debido a los turnos,
por lo que no deben juntarse todos en una misma ocasión. Aun así, para él, que
está acostumbrado a una diminuta mesa de madera en la que almuerzan sólo él y
su padre, le parece muy grande y solitario. ¿Cuándo vendrá el sujeto al que
Selene enviaría para que le hiciera compañía?
Emite un largo bostezo.
Normalmente tiene buen apetito, pero toda esta situación se lo ha robado. Y la
comida que le sirven a los pobres sirvientes no es tan buena como las verduras
frescas que pueden disfrutar su padre y él al ser ellos mismos quienes las
cosechan. De todas formas, debe ser mucho mejor que casi todo lo que comen en
el pueblo, debido a que lo mejor del mercado se va con los nobles y al palacio,
pero claro, con los funcionarios de alto rango, no con los sirvientes y
esclavos. Qué injusta es la vida, siendo que esas personas del mercado son las
que se esfuerzan día a día por cosechar y preparar esos alimentos.
“Al menos podría haber una ventana en esta
pieza. ¡Uno no debería usar velas cuando aún es de día allá afuera!”
Balancea
sus piernas con rabia. Sabe que parece un niñito, pero no le importaría aun si
no estuviera solo. Tan solo quiere desquitarse un poco.
“Urgh…”
Entonces
la puerta a su lado se abre, dejando pasar luz de la habitación contigua, la
cual pronto se esfuma. Junto con ese escaso rayo de luminosidad, entró un joven
rubio y moreno, probablemente unos años mayor que él. Se ve devastado, eso sí.
Unas enormes ojeras cuelgan de sus ojos y tiene el ceño fruncido con fuerza,
mientras una de sus manos sostiene su cabeza. Céfiro sabe de inmediato qué le
sucede. Lo ha visto muchas veces en la gente del pueblo.
“¿Tienes resaca?”
El chico lo mira molesto. “Ni me saludas y ya
te estás riendo de mí igual que Selene.” No se estaba riendo, pero ahora sí que
le resulta chistoso.
“Hola.” saluda sin más, para cumplir con la
formalidad. “¿Eres quién mandó Selene a hacerme compañía?”
La expresión del otro cambia
totalmente ahora. Tiene una amplia sonrisa amistosa, aun cuando sigue
sosteniendo su cabeza por el dolor.
“Sí, me llamo Neil. ¡Vaya! Pensé que ya habrías
comido todo, considerando cuánto me demoré en lograr asearme con todo el mareo,
¡pero no has avanzado nada!”
Céfiro
baja la cabeza, avergonzado. No es que esté despreciando la comida, la cual de
todas formas está muy buena. Intenta tomar otro bocado, pero nuevamente el nudo
en el estómago lo hace detenerse.
“Lo siento…”
“Hey, yo no fui el que hizo la comida. No te
disculpes conmigo.” Le dice el otro riendo, para luego sentarse a su lado a la
mesa. “Voy a terminar comiéndome yo tú comida eso sí, que me acabo de levantar
y no he comido nada desde ayer.”
“Puedes comer si quieres. Yo no tengo mucha
hambre.” suspira él, acercándole el plato de greda, el cual aún conserva una
buena cantidad de alimento.
“¿¡En serio!? ¡Muchas gracias!” al instante su
cuerpo se recoge por el dolor. “Maldición, tengo que dejar de ser tan gritón.
Mi propia voz me está causando dolor de cabeza.” La risa de Céfiro ante sus
palabras sólo parece empeorar las cosas. “¡No te rías, que duele más!”
“Lo lamento, pero es que eres muy gracioso.” Le
parece más así cuando lo ve devorar la comida sin recato alguno. Tiene que
ahogar su risa con todas sus fuerzas.
“Así que eres el nuevo esclavo de Kyrios, ¿eh?
Selene me contó.”
Esas palabras llamaron
nuevamente a las sombras en el corazón de Céfiro. Su risa se apaga, y sus ojos
pierden el brillo inocente que tenían hasta el momento. Asiente lentamente con
la cabeza. Neil no parece notar como aprieta los puños con rabia bajo la mesa.
“Es la primera vez que tiene uno. A las mujeres
las podía descartar apelando a que no puede violarlas bajo ninguna
circunstancia, pero estando en una posición de poder, tiene permitido, y de
hecho se espera, que abuse de hombres, así que mi pobre primo la tiene
complicada para zafarse de esta.”
“¿Por qué se espera que abuse de alguien? ¿Y
por qué a los hombres sí y a las mujeres no? Ya de por sí me parece horrible, y
ahora además es injusto.”
“Vaya, la gente del pueblo sí que vive ajena a
las costumbres de los nobles, ¿eh? Supongo que sabes que el abuso es penado,
¿no?”
Céfiro asiente. Sí, al menos
eso sí que lo sabe, aunque nunca haya tenido la fortuna de ir a la escuela como
los niños más favorecidos. Es algo que todos los padres les inculcan a sus
hijos, por tradición.
“Sin embargo, los nobles también tienen que
demostrar su poder, y para eso toman esclavos de todo tipo. Como el abuso
sexual es una fuerte humillación, pues no hay mejor forma de demostrar
dominancia. O eso creen ellos. Pero claro, las relaciones homosexuales sólo se
permiten bajo estas circunstancias, y sólo a los nobles de mayor rango. De otra
forma, se castigaría con la muerte.”
Le
sorprende como Neil puede hablar de todo eso con una sonrisa, como si fuese lo
más normal del mundo. Claro, en el pueblo también se tiene claro que las
relaciones homosexuales están prohibidas, que son pecado porque no ayudan a
procrear, pero nadie debe conocer estas excepciones a menos a que entren en
casas de nobles o en el palacio. Todo es tan contradictorio, tan asqueroso.
“¿Y tú qué opinas?”
“No hay mucho que alguien como yo pueda hacer.”
Otra respuesta automática, pero al notar la mirada intensa de Céfiro, parece
pensarse mejor su respuesta. “Bueno, los guerreros tienen otra visión
totalmente distinta del asunto. Algunos de ellos, como los generales, también
tienen alto rango, aunque no sean nobles, pero como luchan por proteger a la
gente, no se les pasaría por la mente usar a los ciudadanos para esos fines.
Aunque sí he escuchado que algunos han abusado de bestias.”
“¿¡De bestias!? ¿No son monstruos horribles,
casi como animales?”
Neil ríe ante su actitud atónita. “Lo sé, yo
también reaccioné así cuando lo supe. Deben ser los menos, eso sí. Yo jamás lo
haría, qué horror.” Céfiro se une a su risa. “Y sobre las mujeres, la situación
es aún más delicada con ellas, ya que se les respeta mucho por su asombrosa
capacidad para tener hijos. Debes saber que una de las principales
preocupaciones actualmente es aumentar la población humana. No sabemos cuántas
bestias hay allá abajo, y sufrimos muchas pérdidas cuando hay ataques.”
“Ah, eso tiene sentido.”
Al menos a ellas sí las
respetan. Al menos que un porcentaje de la población se salve de esto. Aun así,
otro tipo de esclavas existen, como lo fue Selene en su tiempo. Sabe que el Rey
Lázaro fue muy querido por sus intentos de abolir la esclavitud que, aunque no
fueron cien por ciento efectivos, sí la disminuyeron. Si al menos los trataran
como personas y les permitieran trabajar con dignidad…
“Pero aun así el rey tiene un harén para tener
hijos, ¿verdad?”
“Sí, pero suele estar conformado por muchachas
que anhelan una vida en el palacio, sean nobles o del pueblo. Lo importante es
que tienen que estar bien escogidas, para asegurar una buena descendencia.”
¿O
sea que toda la gente que se acerca a la Familia Real, lo hace por
conveniencia? ¿Fue así con el Rey Lázaro y la Reina Freya? Ese pensamiento lo
embarga de tristeza una vez más. Kyrios también tendría que tomar por esposa a
una mujer que sólo quisiese su poder. No puede irse en contra de los llamados
Ancianos, que parecen reinar aún más que él. Todos, tanto esclavos como nobles
de buen corazón, están atados a este sistema. Ni siquiera parecen cuestionarlo,
como las respuestas resignadas de Neil y Selene le indicaron. Ambos parecen ser
buenas personas, pero hablan de esclavitud y abuso como si nada. ¿De qué sirve
tener leyes en contra del abuso si los nobles cometerán estos actos de todas
formas? Si no fuese por el Rey Lázaro, Kyrios tampoco se hubiese cuestionado
este sistema y no le habría prometido intentar apelar por su libertad. No sería
el rey amable que ahora le agrada tanto.
“Hablando de esto, Selene me indicó que te
entregara algo.”
Esto llamó la atención de
Céfiro, sacándolo nuevamente de sus pensamientos deprimentes. Su curiosidad es
así de fuerte. Ve que Neil saca una cajita de entre sus ropas. La abre frente a
él, mostrándole una bella gargantilla de plata, con una gema azul incrustada en
el medio de ésta.
“¿Qué es? ¿Por qué necesitaría algo como eso? No
soy una chica.” Además, ¿quién podría querer darle joyas, y para qué? No puede
evitar mirarlo con desconfianza.
“Es la prueba de tu estatus como esclavo real.
Nadie se atreverá a tocarte mientras lleves esto puesto.”
Céfiro
se pone de pie furioso, de forma instantánea. ¿Dijo que era una prueba de que
es un esclavo? Jamás usaría eso. Antes muerto. Sería aceptar esta sociedad,
aceptar que no volvería con su padre. Su corazón se acelera tanto que cree que
Neil también puede oírlo con claridad.
“¡No pienso usar esa cosa! ¿Qué es eso de que
nadie me tocará si llevo eso? ¡Ah claro, pero todos sabrán que me tienen aquí
prisionero cuando me vean, ¿eh?! ¡Excelente! Además, se espera que Kyrios sí lo
haga sin mi consentimiento, ¿verdad? Se espera que me tenga encerrado, aunque
él mismo no quiere hacerlo. Para humillarme. ¿Por qué nos tienen prisioneros de
esta forma?”
Neil sólo sonríe, luego de su descargo,
seguramente para tratar de tranquilizarlo. “Por mí que no lo uses, pero
lamentablemente no hay otra opción.”
“¡Sí que la hay! ¡Me voy de aquí ahora mismo,
no me importa lo que digan esos Ancianos o el Sumo Sacerdote!”
Se
apresura a dirigirse a la puerta, sin mirar atrás. Sin embargo, algo lo detiene
en cuanto toca la puerta para abrirla. Es Neil, quien lo toma del brazo y, en
un segundo, lo aprisiona contra el suelo, posicionándose sobre él y evitando su
escape. Sin saber cómo, acabó totalmente inmovilizado, en un abrir y cerrar de
ojos.
“¿Qué…?”
“Lo siento, pero no voy a dejar que perjudiques
a mi primo.”
Su
primo. Antes no se había puesto a pensarlo. ¿Qué acaso Neil también es de la
Familia Real y le estaba faltando el respeto? No sería la primera vez. Aún
sigue llamando al rey por su nombre, después de todo. Pero en esta situación,
el respeto es lo que menos le importa. Tan sólo piensa en soltarse, pero su
agarre es demasiado poderoso. Neil se veía bastante fornido, pero no pensó que
sería tan fuerte.
“¡Suéltame! ¡No pienso permitir que me pongas
esa cosa!”
“Lo lamento.”
Repite él, y la sonrisa que
lo había caracterizado hasta ese momento se esfumó. Con un solo movimiento, las
manos de Céfiro están presas por sobre su cabeza, bajo una de las de Neil. Con
la que le queda libre, toma la gargantilla ya abierta y la fuerza contra su
cuello, probablemente dejándole marcas en el proceso. El frío metal le corta la
respiración por unos segundos, ya que no deja de forcejear. Aun sin respirar,
no deja de moverse. Pero, atado de pies y manos como está, no puede evitar que
Neil, con una habilidad que lo sorprendió profundamente, cierre la gargantilla
tras su cuello.
“Como bien supusiste, con eso los guardias te
identificarán también. No podrás escapar, chico.”
Entonces Céfiro le araña el
brazo en cuanto éste deja libre sus manos. Sus ojos brillan con furia y algunas
lágrimas retenidas. Neil lo había sobrepasado y humillado, aun cuando se veía
tan simpático.
“¡Dame la llave!”
“No puedo, no la tengo. Selene dijo que el Sumo
Sacerdote la guardaría por ahora, considerando que Kyrios también parece querer
ayudarte a escapar.”
“¿¡Acaso no es él mi señor!? ¡Es el único que
quiere ayudarme!”
“Esto lo hago por su bien también. Esto te
impedirá escapar tontamente y que acabes muerto, y Kyrios no tendrá que cargar
con el peso de tu muerte, y tampoco tendrá que irse en contra de los Ancianos.”
Luego
ocurrió algo que lo dejó aún más choqueado: la mirada fría que le dirigió
durante los instantes en que lo retuvo cambió drásticamente a la amable y
alegre que tenía anteriormente. Así, como si nada. Y lo soltó, tal vez viendo
que Céfiro ya no tiene la fuerza para seguir resistiéndose.
“Vamos, Céfiro, tranquilízate. Todo a su
tiempo. Verás que mi primo encontrará la forma correcta de dejarte ir.”
No
podría resistirse ante alguien tan fuerte, que probablemente aun ni siquiera le
muestra todo su potencial. ¿Es que acaso es un guerrero? Por algo debe haber
recordado la filosofía de abusos de los guerreros. Sin embargo, y en contra de
toda su curiosidad natural, decide no preguntar. Todavía no sabe si puede
confiar en Neil, y sinceramente, está asustado. No es como el Sumo Sacerdote,
quien claramente le parece una mala persona. Neil es extraño, es peligroso
porque no puedes saber si te tratará con simpatía, y al instante siguiente
cumplirá con su deber con frialdad.
Por
eso deja que acaricie sus cabellos, sin moverse, aunque el gesto no lo
tranquiliza para nada.
“Dime, Kyrios, ¿qué te pareció mi regalo?”
Demian
entra en su despacho luego de tan sólo unos minutos de que el guardia fuese a buscarle,
y le dirige esa frase tan irrespetuosa después de cerrar la puerta tras de sí y
asegurarse de que se encuentran los dos solos. Solos, tal como Kyrios temía.
“Selene ya me informó que no cumpliste con tus
deberes, aun cuando yo intento cumplir con los míos.”
No
lo mira. Teme a la mirada de desaprobación que seguramente le dirige. No puede
flaquear por más que sienta que lo está decepcionando. Que no está siendo el
rey que debería ser. Aun así, la incomodidad se hace latente cuando deja de escribir
el reporte que tiene en las manos.
“Te lo dije antes y te lo repito: no voy a
hacerle eso a él ni a nadie. Pero sé que, en su estatus de esclavo,
probablemente lo ejecutarán si intenta escapar, así que tendrá que quedarse por
un tiempo hasta que logremos solucionar esto.”
“¿Cómo lo vamos a solucionar si los Ancianos ya
están entre que creen que la línea real se va a acabar contigo, o que ya no
sólo el castillo va a dudar de tu masculinidad, sino que también lo hará el
pueblo?”
“¡Tú me enseñaste a ser compasivo como mi
padre, ¿no lo recuerdas?! Hazte responsable por tus acciones por una vez.”
“No soy el único que no se hace responsable de
sus acciones o de su cargo, y lo sabes muy bien.”
Ahí está. Esto es lo que
quería evitar lo más posible. Cuando no se pone débil ante él, pareciera que no
pueden dejar de discutir. Tampoco es que normalmente no puedan ponerse de
acuerdo en cuanto a la administración del reino. Demian siempre ha sido un
excelente consejero. Sus opiniones y decisiones han sido agudas y acertadas la
mayor parte del tiempo. Ante emergencias, sobre todo, actúa de forma rápida y
eficaz. Tiene la frialdad necesaria que él mismo no posee. Le hubiera gustado
tenerlo todo como su padre, pero ante la carencia, siempre ha apreciado tener a
Demian para que lo guíe. Eso no ha cambiado, aunque toda su relación sí lo haya
hecho.
Sin embargo, el tema de los
esclavos ha sido muy recurrente durante este último mes, y por eso han
discutido tanto. Aun cuando lo único que quiere es hacerle caso y que lo
felicite por hacer un buen trabajo.
“No creo que hayas olvidado lo que pasó.”
Y siempre tiene que estar
sacándole en cara el pasado.
“Claro que no. Pero esa fue mi decisión.
Nuestra decisión.” Maldice mentalmente por no lograr evitar el quiebre en su
voz al decir esas palabras.
“Y te lo agradezco.”
Una puñalada en su corazón.
Eso es la voz de Demian ahora. Una puñalada profunda, que por más que luche no
puede desprender. Porque no se arrepiente de lo que hizo, pero no puede
olvidar. No cuando su padre está en todas partes, en pinturas, en estatuas, en
las bocas de la gente a su alrededor. No cuando tiene a Demian frente a él,
sonriéndole con supremacía, porque conoce su debilidad. Que él es su debilidad.
Y que, un día, esa flaqueza le pasará la cuenta otra vez.
“Pero los Ancianos no se van a quedar
tranquilos si no cumplimos con esta gestión. No se puede evadir.”
“¿Llamas gestión a abusar de un chico
inocente?”
“Es un esclavo, Kyrios.” La forma en que marca
su nombre le transmite un escalofrío. “¿Qué fue lo que te enseñé? Sí, debes ser
compasivo, un rey ideal, pero también sabes que debes cumplir con lo que se
exige para tu posición. Tu padre, el Rey Lázaro, tenía todo muy claro, y lo
sabes. Sabes cómo era con la gente. Sabes cómo era con quienes infringían la
ley.”
La pluma en las manos de
Kyrios sale disparada al suelo. Juraría que Demian puede escuchar su corazón
alterado en este momento. Cierra los ojos con fuerza, tratando de olvidar las
imágenes que surgen de sus memorias. Los gritos, los lamentos.
“¡No tenía otra opción! Aun siendo el Rey, le
debía obediencia a los Ancianos y a las tradiciones del pueblo…”
“Exactamente. Él tenía claro su deber. ¿Y tú?
¿Lo tienes? ¿Vivirás para cumplir sus expectativas?”
Demian
se inclina por sobre su escritorio y levanta el rostro de Kyrios con uno de sus
dedos. El cuerpo del rey tiembla de forma incesante, aunque trate de
controlarlo.
“¿De mis expectativas?”
Los
labios de Demian se acercan a los suyos lentamente. Tiene suficiente tiempo
para apartarse, pero no lo hace. No puede. El extraño brillo de esos ojos
verdes lo tiene preso. Espera sentir esa textura tan anhelada nuevamente, esa
curiosa cortada que atraviesa sus labios por el lado derecho.
Pero
el contacto nunca llega. En vez de eso, cuando abre los ojos (¿cuándo los había
cerrado?) ve como Demian se aleja riendo.
“Voy a hacer que cumplas, Kyrios. Soy tu Sumo
Sacerdote, después de todo.”
Y
dicho esto, se marcha de su oficina como si nada. En cuanto ya no se encuentra
presente, Kyrios lanza al aire la montaña de pergaminos a su lado, quedando
todos desperdigados por el piso de mármol. Toma su cabeza con sus manos,
intentando tranquilizarse. Le cuesta un poco respirar. Otra vez estaba cediendo
ante él, y además tiene razón: no podrá salirse de ésta tan fácil. Su padre no
pudo evitar a los Sabios, menos lo haría él. Está atrapado. Qué irónico que
siendo el Rey se sienta más prisionero que los guardias y sirvientes del
palacio.
“¿Su Majestad?”
Se toma unos segundos para tranquilizarse a la
fuerza cuando oye que tocan a la puerta. “Adelante.” responde por fin, y la ve
entrar. Esa chica que siempre puede estar al lado de Demian y además comparte
su cama de vez en cuando. Selene.
Ella
se muestra sorprendida cuando ve todos los papeles en el suelo. Sin embargo, no
cuestiona nada y tan sólo se dispone a recogerlos y juntarlos sobre la mesa.
Parece acostumbrada a este tipo de arrebatos. Es la sirvienta de Demian y,
aunque muchos no lo sepan, él sí que conoce sus arrebatos. Seguro ella también.
Frunce el ceño al notar que le molesta que así sea, que ella conozca una faceta
de él que no muchos pueden ver.
“Vine por orden de mi señor Demian.” Por qué
más si no. “Dijo que tenía que comenzar ya con los preparativos para el Ritual
de la Barrera.”
Es
cierto, el ritual. Con tanta insistencia en el tema de los esclavos se le había
olvidado totalmente ese tema. A Demian no. A él no se le escapa nada.
“Está bien. Comenzaré hoy mismo. No te
molestes, deja eso ahí. Continuaré cuando regrese.”
“Sí, Su Majestad. El Sumo Sacerdote se unirá a
usted más tarde.”
Se
pone de pie y pasa al lado de Selene. A veces se arrepiente de haberla traído
al palacio. Pero ella no tiene la culpa, no tiene cómo saber de Demian y él.
Debería tenerle pena por estar enamorada de un hombre como ese, pero en vez de
eso siente celos al verla con él, siente dolor al ser él quien está cerca del
Sumo Sacerdote. No tiene remedio.
Suspira
cansado. Además del problema de Céfiro, tendrá que estar al pendiente de esto.
Al menos los primeros días no será tan arduo. Cierra los ojos, recordando el
rostro de su padre. En esto no le fallaría por nada del mundo. Cumpliría con
este rol igual que él lo hizo cuando le correspondió hacerlo. Voy a esforzarme, padre.
Afortunadamente,
Demian no se presentó en los preparativos de hoy. Debería enfadarse, porque
dijo que lo haría, pero la verdad siente alivio. Desde que él es el Sumo
Sacerdote y tiene que acompañarlo en esta tarea, a Kyrios le es difícil
concentrarse. Ya de por si la tarea no es fácil como para que tenga que tardar
más porque no logra centrarse en ella como debería.
Así
que regresa solo al palacio, en la carroza real. Bueno, rodeado de varios
guardias que lo acompañan a caballo, y de Selene, que está en el asiento de
enfrente. Sin embargo, casi no le dirigen la palabra. Es culpa suya por mantenerse
alejado de todos durante los últimos años, pero aun así le causa un poco de
tristeza. Vuelve a suspirar, y ahí es cuando nota que lo ha hecho mucho hoy.
Por lo menos el comienzo de las montañas no está tan lejos del palacio. Tan
sólo a una hora en carroza y, además, no tuvo que permanecer tanto allá. Así
será por los siguientes días, pero entre más tiempo pase, más durarán los
preparativos diarios.
“¿Qué está pasando?” escucha de repente la voz confusa
de Selene.
La
carroza se detiene y puede oír a los guardias bajarse de sus caballos. Luego,
voces alteradas más lejos. La curiosidad le gana y se asoma por la ventanilla
de la carroza. Están en frente a los terrenos del palacio, y alguien está
causando alboroto en la entrada. Menos mal que el hombre sólo llegó al portón
principal. Si hubiese logrado escabullirse por los jardines, se hubiera topado
con los guardias del interior, que son bastante más inclementes con los
intrusos.
Fijando
la mirada, nota que es un señor de avanzada edad. Se ve muy angustiado. ¿Qué
estará haciendo aquí? ¿Estará pidiendo limosna?
Sus dudas se ven despejadas
cuando escucha uno de los nombres que ha estado rondando por su mente durante
todo el día. Las conexiones se armaron en un segundo.
“¡No toquen a ese señor!”
Normalmente
no debería salir de la carroza hasta llegar a las puertas principales del
palacio, habiendo cruzado los extensos jardines. Aun así, Kyrios,
desobedeciendo toda regla, baja de su transporte y se acerca con paso decidido
hacia el conflicto. Los guardias lo miran sorprendidos, pero no le detienen.
“¿Qué está pasando?”
El
anciano, a quien ya habían empujado al suelo, se aferra al borde de la capucha
que cubre a Kyrios de pies a cabeza. Seguro que el pobre señor no puede ver
bien su rostro, pero él sí que percibe la profunda angustia que empapa sus
facciones.
“¡Yo sólo quiero a mi hijo devuelta! ¡Él no
hizo nada malo! ¡Se los ruego, por favor!”
“¿Es… el padre de Céfiro?”
Al
escuchar a Selene hablar, el señor se abalanza sobre ella, arrastrándose por el
suelo, claramente rompiendo su vestimenta y la piel de sus rodillas, y se
aferra a su vestido.
“¿Usted conoce a mi hijo, señorita? ¡No le han
hecho nada malo, ¿verdad?!”
Selene
tiene el impulso de dar un paso atrás, apartándose de él, lo cual sólo parece
generarle mayor preocupación. Sin que alguien pueda prever sus acciones para
detenerlo a tiempo, Kyrios se agacha al lado del anciano y toma sus manos entre
las suyas.
“¡Su Majestad!”
Los
guardias le llaman la atención, pero no se atreven a tocarlo para ponerlo de
pie. Sólo este señor, en su inocencia, se atreve a hacerlo.
“¿M-Majestad?” Kyrios le sonríe, esperando que
pueda notar esa expresión por entre las sombras que le cubren el rostro. “¿Realmente
es usted?”
“Así es. No te preocupes, anciano, tu hijo está
bien. No permitiré que le pase nada. Sólo tendrás que ser paciente hasta que él
pueda volver a tu lado.”
“¿Por qué? ¿Qué sucedió?” Entonces una tos
terrible se apodera de él. Kyrios aprieta sus manos, tal como se oprimió su
corazón.
“Por ahora estará bajo mi cuidado, hasta que
pueda encontrar la forma de devolverlo a su hogar. Sé que no es mucho, pero
como compensación permítame enviar a un curandero a su casa, que le ayude a
sobrellevar su enfermedad y a realizar su trabajo.”
“¡Pero Su Majestad…!”
“Silencio, guardias. Selene, tú te encargarás
de gestionarlo. Demian tiene que hacerse cargo de sus acciones.”
“Ah… sí, no hay problema. Céfiro se quedará más
tranquilo si sabe que su padre está recibiendo tratamiento.”
“¡Q-Qué los Dioses lo bendigan, mi señor! Le
encargo a mi hijo. Le pido que me lo traiga de vuelta lo antes posible. ¡No
podría vivir sin él!”
Kyrios acaricia el dorso de las manos del
anciano con sus pulgares. “No se preocupe, no le fallaré. Ahora póngase de pie.
No se haga más daño, por favor.”
Ante
esas palabras, los guardias reaccionan de inmediato y ayudan al señor a
levantarse.
“Ya escuchó a Su Majestad. No vuelva a hacer escándalo
por aquí, ¿quiere?”
“¿No puedo visitar a mi hijo?” Los guardias lo
están asustando.
“Lamentablemente no podrá hacerlo por ahora. Le
haré saber si consigo esa autorización con el Consejo de Ancianos.”
“Pero…”
La
verdad es que nadie puede salir permanentemente del palacio. Ese aspecto
también es uno de los que añaden dificultad al asunto de Céfiro. Los secretos
del palacio deben quedar en el palacio. Esa es la regla de los Ancianos.
“No se preocupe. Nosotros lo cuidaremos,
señor.”
Ante las palabras de aliento
de Selene, el señor le sonríe con cariño, como si mirara a una hija.
Probablemente ella no se dio cuenta, pero Kyrios sí. Creyó que ella podría
llegar a tener algo con Céfiro, por la preocupación que demostró. Bueno, Kyrios
imagina que es lo natural. Ambos ya están en edad de empezar a pensar en
casarse. Casarse… Él mismo ya debería estar casado y pensando, al menos, en
tener descendencia. Así fue con su padre. Sabe que debe hacerlo, pero aún no
está en sus planes. Aún no puede olvidar el pasado, no lo suficiente como para
entablar una relación así con alguien más.
“Ahora váyase, por favor.”
Kyrios interviene cuando comienzan a forcejear.
“Escóltenlo a su casa.”
Obedecen
de inmediato, no sin antes permitir que el señor le diera las gracias una vez
más, con una amplia reverencia. Kyrios sonríe con tristeza, sabiendo que nadie
puede ver su expresión. Había hecho otro compromiso que no sabe si podrá
cumplir.
Sin embargo, el destino
puede llegar a ser bastante cruel, con quienes menos lo merecen.
Céfiro camina hacia los
aposentos del Rey Kyrios. Se encuentra un poco inquieto luego de pasar la tarde
explorando el palacio, o al menos las partes a las que tenía permitido acceder.
Es verdad que pudo divertirse y satisfacer parte de su inmensa curiosidad, pero
la actitud de todo aquel que lo vio o con quien entabló una conversación lo
perturbó. En cuanto sus miradas se encontraban, lo esquivaban. Cuando les
dirigió la palabra, la mayoría respondió a regañadientes o simplemente lo
ignoraron. Sólo unos pocos terminaron cediendo ante su simpatía. Espera que con
el pasar de los días pueda hacer algunas amistades, porque no resistirá mucho
estando solo, considerando que el Rey Kyrios seguramente estará ocupado siempre,
y que Selene anda de un lado para otro, por lo que le costó ubicarla en el día.
Hablando de Selene, cuando
por fin la encontró y pudo conversar un poco con ella, le indicó que tenía que
dormir en los aposentos del Rey por ahora, y que, además, tenía algo importante
que comunicarle, por lo que debía ir de inmediato a verlo. Lo que lo lleva a
este instante. El sol ya se ha escondido y las velas en los pasillos se
encuentran encendidas. Afortunadamente logró memorizar las instrucciones de
Selene para llegar al cuarto de Kyrios desde donde estaban, o se hubiese
perdido entre los amplios y numerosos pasillos. Aun así, piensa que no debe
acostumbrarse demasiado, pues pronto saldría de ahí.
Al llegar frente a la
puerta, ni siquiera pensó en tocar. Simplemente entró, esperando encontrar al
Rey Kyrios. Sin embargo, cuando la puerta se cerró tras de él, al único que
halló fue al Sumo Sacerdote, sentado en un amplio sillón en una esquina. Retrocede
un paso instintivamente, pero un segundo después decide avanzar, tratando de
demostrar seguridad. Tiene la sensación de que todo estará perdido si se
muestra débil frente a este hombre.
“Te tardaste bastante.”
“Me dijeron que el Rey Kyrios tenía algo
importante que decirme.”
Demian suelta una risa divertida que lo hace
fruncir el ceño de inmediato. “Eso es lo que yo le dije a Selene que te
informara, para que vinieras pronto, antes de que él llegue.”
Qué mirada más terrible. Le
cuesta muchísimo mantenerse firme, no ceder ante el impulso de salir huyendo. Y
justamente, por estar concentrado en aquello, no previó al Sacerdote detrás de
él, susurrando en su oído.
“Haremos que Kyrios cumpla con su deber, ¿sí?”
Lo
único que logra percibir después es un fuerte dolor en la parte trasera de su
cuello, para luego caer en la inconsciencia.
Cuando
abre los ojos, no tiene noción alguna de cuánto tiempo ha transcurrido. Está
tendido en una cama, la misma en la que durmió la noche anterior, y no puede
moverse. ¿Qué está pasando? quiere
preguntar, pero su voz no sale. Tiene un trozo de tela amarrado a la boca. Una
mordaza. Como si fuese un animal salvaje.
Trata
de fijar su vista. Frente a él hay dos figuras, las cuales pronto distingue
como el Rey y el Sacerdote. Luego cae en cuenta de que está totalmente desnudo,
expuesto ante esas dos autoridades. Sólo logra hacerse daño en las muñecas al
intentar cubrirse. Está firmemente amarrado a la cama. En un segundo comprendió
lo que sucedía, recordando las palabras que Demian le dirigió antes de
desmayarse. ¿Qué acaso Kyrios no le había dicho que no lo tocaría, que iba a
solucionar todo y lo dejaría volver con su padre? Una punzada aguda ataca su
pecho. Aun cuando apenas lo conoció ayer, no puede evitar sentirse
profundamente decepcionado. El pánico se apodera de él y vuelve a forcejear,
pero es inútil. La cuerda no cede para nada. Todo es inútil. Es un animal
atrapado, en exhibición.
“Parece que ya despertó.”
Ve a Kyrios sobresaltarse
ante las palabras de Demian, y permaneciendo en silencio. Se ve incómodo. Muy
incómodo. Así que realmente él no quiere esto. No le había mentido, ¿verdad?
Pero aquí están, en una escena que sólo puede indicar que ocurrirá aquello que ayer
se negó a hacer. Todo lo que le habían dicho otros durante el día cobra
sentido. Aun siendo el Rey, está tan atrapado como él. Al final, ambos son
esclavos de esas personas a las que llaman los
Ancianos.
“Qué mirada más llena de odio. No deberías
permitir que un esclavo se comporte de esa forma, Kyrios.”
El
Rey se acerca con cuidado, sentándose a su lado en la cama. Pareciera que
quisiera no asustarlo, y Céfiro quiere decirle que no tiene miedo de él, que es
a Demian a quien mira con odio, y a quién también teme de forma abismal. Al
Sacerdote… y a los Ancianos, enemigos invisibles que causan el tormento de
ambos.
Sin
embargo, no puede aclararle nada, ni a través de sus palabras ni de sus
acciones. Kyrios se ve tan triste, tan resignado. No puede ni imaginar lo
horrible que será lo que viene, como para que tenga esa expresión. Tiene que
hacer algo pronto, pero literalmente está de manos atadas. Lo único que puede
hacer es implorarle con la mirada a Kyrios, que detenga esto, que lo salve,
pero sólo logra entristecerlo más.
“Resígnate, niño. Kyrios ya sabe lo que tiene
que hacer.”
El
Rey separa los labios, para luego juntarlos nuevamente, sin emitir sonido
alguno. En vez de eso, voltea a mirar a Demian, con la misma expresión
acongojada. ¿Y acaso ese desgraciado va a quedarse ahí mirando, para asegurarse
de que cumpla con las órdenes de los Ancianos? Supone que sí, que es su
trabajo. Sin embargo, eso no quita que su presencia haga que todo sea aún más
desagradable.
Las siguientes palabras de Demian confirman sus
temores y, a la vez, hacen nacer nuevas dudas en su cabeza. “No hay forma en
que hagas esto sin mí, ¿verdad?”
El repentino tono dulce en
su voz le causa un escalofrío. El Sacerdote se acerca también a la cama,
haciendo que los latidos de su corazón se disparen. No, no quiere tenerlo
cerca. A él no. Pero no tiene cómo huir y sus muñecas duelen mucho. Aún no
sucede nada, pero debe luchar con la angustia para no llorar.
Entonces ocurrió algo que no
esperaba. Pensó que le golpearía, que lo humillaría, cualquier cosa. Pero en
vez de eso, el Sacerdote, luego de sentarse junto al Rey, posó una de sus manos
en los cabellos dorados del otro, y atrajo su cabeza a su hombro, con suavidad.
Con mucha suavidad. Y Kyrios se quedó ahí, con la misma mirada triste, con el
pecho subiendo y bajando de forma entrecortada, como si estuviese aguantando un
sollozo. La mano de Demian acaricia sus cabellos, lo que resulta efectivo para
normalizar un poco su respiración. Luego, posa sus labios en su cabeza.
“Lo entiendes, ¿verdad? No hay otra forma. Tu
padre cumplió con su deber, por más difícil que fuese. No vas a ser menos que
él, ¿no?”
Un
sobresalto, y otra vez una respiración un tanto agitada. Los susurros del
Sacerdote parecen los de una serpiente, incitando a un inocente a pecar. Bajos,
graves, y llenos de la cruel realidad. ¿Qué acaso en verdad Kyrios no podía
hacer nada para revelarse? ¿El Rey Lázaro también tuvo que cometer estas
atrocidades, a espaldas del pueblo? ¿¡Cómo puede ser que el Rey tenga menor
libertad que la gente del pueblo!? Destruir. Quiere destruirlo todo y sacar a
Kyrios de ahí. Eso es lo único que ocupa su mente.
Lo
único que logra interrumpir esos pensamientos nefastos es la imagen de Demian
posando sus labios sobre los de Kyrios, sólo por unos instantes. Ya había pensado
que estaban actuando de una forma increíblemente íntima, pero jamás hubiera
imaginado presenciar algo así. Rayos, nunca habría imaginado ver a dos hombres
besándose siquiera, mucho menos al Rey con su Sumo Sacerdote. ¿Que eso no está
tajantemente prohibido? Neil hasta mencionó que se castiga con la muerte. Y el
Rey ni siquiera se negó. De hecho, se ve hasta cómodo con el trato. Aún triste,
infinitamente triste y resignado.
“Si vas a tener que hacer esto, es mejor que lo
disfrutes lo más posible, ¿no crees?”
Las
manos de Demian se deslizan por el cuerpo de Kyrios, primero por sobre su
vestimenta, luego bajo de ella. Lenta, hasta de forma ceremoniosa, mientras sus
labios depositan pequeños besos por sus mejillas, por su cuello, como si fuesen
caricias. Y el Rey permanece inmóvil, como una muñeca, con una expresión que le
hace creer que está reprimiendo un instinto muy poderoso.
“Yo sí te extrañaba, ¿sabes? Todo este tiempo
te he extrañado, desde que decidiste que no debíamos estar más juntos.”
“Yo…” Es la primera vez desde que entró a esta
habitación que Céfiro lo oye emitir algún sonido. “…Yo no fui quien decidió
eso. Fue porque tú…”
“Porque nosotros.”
“Por lo que hicimos…” finalmente mueve una de
sus manos, para posarla sobre la mejilla de Demian con suavidad. “Yo… también
te…”
“Shh…” Un beso sella sus labios, impidiendo que
acabe esa frase titubeante. “Yo lo sé. No es necesario que digas nada. No
necesitas pensar en nada. Sólo déjamelo a mí. Pronto todo se acabará.”
Las
manos de Kyrios se aferran al pecho de Demian, apretando las vestimentas con
fuerza. Sin embargo, una caricia en su espalda baja basta para que se relaje un
poco. Entonces, Demian saca de entre sus ropas una pequeña botella con un
líquido bastante curioso.
Céfiro sólo puede observar
ese momento tan íntimo entre esos dos. Realmente la gente no tiene ni idea de
lo que sucede en el castillo. Dios, seguro ni los Ancianos están en
conocimiento de cosas como estas. Si no, la cabeza de Demian ya hubiese rodado,
probablemente. Pero aquí está, saliéndose con la suya, acariciando al Rey como
si se tratase de su amante, de su esposa. Aun cuando los dos son hombres. Aun
en sus posiciones.
“No tienes por qué tocarlo innecesariamente.
Los Ancianos esperan que lo abuses, no que te acuestes con él como si fuese una
mujer.”
No como
lo que tú estás haciendo con Kyrios.
“Pensé en golpearlo.” Se sobresalta en cuanto
oye esas palabras, y nota que Kyrios tiene la misma reacción. “Torturarlo para
que quedase aún más claro que esto es un abuso y no otro tipo de encuentro.”
“Demian…”
“Pero no lo haré, tranquilo. No haré nada que
te haga sentir aún más culpable. No es la idea. Sólo déjamelo todo a mí.”
Demian
abre esa extraña botella y vierte un poco del líquido en su mano. Luego la
lleva a la entrepierna de Kyrios, por debajo de la ropa. Unos gemidos muy leves
escapan de su boca, entre sus intentos por morder sus labios para acallarlos. Y
él no puede creer lo que ve. Esto ya está sobrepasando todos los límites. ¿En
verdad sólo está haciendo su trabajo? Demian dijo que se habían separado... A
pesar de que ya está en edad de empezar a pensar en casarse, él no entiende
nada de romance, mucho menos de sexo. Todo lo que está viendo es alienígena
para él. ¿Es romance? ¿Es abuso?
“Con eso creo que ya está listo como para que
entre sin problemas.”
¿Que entre? No se había
puesto a pensarlo, pero si no tiene idea de sexo normal, menos lo tiene de esto
a lo que llaman atrocidad. Él no es una mujer, ninguna parte de su cuerpo tiene
el fin de recibir a otro hombre. Quiere dejar de moverse, porque sus muñecas ya
están sangrando de tanto forcejear, pero el miedo no se lo permite. Pronto
empezaría a sentir las manos adormecidas.
Las lágrimas han nublado
completamente su mirada. De todas formas, no quiere mirar. No quiere ver cómo
están sumergidos en su propio mundo, ajenos a él. Como lo están usando para
cumplir sus fines, mientras disfrutan de su extraña y clandestina relación. Aún
menos quiere ver la mirada sollozante del Rey.
No sabe bien qué es lo que
está pasando. Sólo sabe que la respiración de Kyrios se volvió más agitada de
un momento a otro, y que está susurrando palabras incoherentes, entre suaves
gemidos, y el nombre de Demian. Pasan largos minutos así, en los que Céfiro no
se atreve a abrir los ojos. No quiere saber. No quiere saber que él no es nada
para ellos, para el Rey. Que su temor y sufrimiento no significan nada para él.
No frente a sus responsabilidades. No frente a Demian.
De repente, un quejido
sonoro causa que inevitablemente abra los ojos, y la imagen que llegó a ellos
es totalmente inconcebible. El Sacerdote se encuentra posicionado detrás del
Rey, a quien tiene casi debajo de su cuerpo, y está moviendo ligeramente sus
caderas contra las del otro. El Rey, por su parte, se encuentra inmóvil, con el
labio inferior fuertemente retenido contra sus dientes, y los ojos vidriosos.
Entonces, Demian lo toma de la cintura y los mueve a ambos más cerca de Céfiro,
dejándolos entre sus piernas abiertas de par en par.
No. No tiene sentido intentar zafarse, pero su
cerebro no responde. No se acerquen.
Sus tobillos y muñecas arden a más no poder. No me hagan esto. Demian los inclina a ambos por sobre Céfiro. Yo no soy un esclavo. Lanza una mirada
aterrada, sin quererlo, hacia su entrepierna, y puede ver claramente como la
mano de Demian dirige el miembro de Kyrios hacia él. No soy una cosa. Ahora entiende bien qué exactamente estaba
haciéndole Demian a Kyrios, que lo hizo quejarse de esa manera. No me uses. Kyrios retrocede un poco, su
espalda chocando contra el cuerpo de Demian. Se ve totalmente asustado. No le hagas esto a Kyrios.
“Shhh, no te preocupes.”
Demian toma su barbilla con
una de sus manos y deposita un suave y hasta casto beso en su mejilla. Y Céfiro
no puede hacer más que sentir escalofríos ante lo disonante que es esa imagen
con lo que están a punto de hacer.
“Demian…”
“…El único malvado aquí, el único que tiene la
culpa… soy yo.”
Entonces, no supo si el
Sacerdote pronunció alguna palabra más. Sus oídos se ensordecieron con sus
propios gritos de dolor, aun cuando están siendo ahogados por la mordaza. Algo
grande y duro comenzó a abrirse paso dentro de él. Nunca había sentido un dolor
igual. En un instante, cada músculo de su cuerpo entró en tensión, haciendo aún
más difícil esa irrupción en su ser. En contra de todos sus deseos, su mirada
vuelve a posarse ahí, lo cual sólo le causa aún más horror. No le cabe en la
mente como es que eso está entrando por ahí, y las pequeñas manchas rojas en el
cobertor son prueba de que esto no debería estar sucediendo. Y el dolor cada
vez se vuelve más intenso, a medida que el movimiento toma un ritmo definido.
Ni siquiera se atreve a
cerrar los ojos. Teme perder la consciencia y no saber qué más harán con su
cuerpo. Pero luego se da cuenta. Basta con mirarlos. No harán nada más con él.
De hecho, es como si él no estuviese frente a ellos. No es el Rey quien está
moviéndose dentro de él siquiera. Es Demian quien mueve las caderas del otro,
quien utiliza el cuerpo de Kyrios como si fuese una marioneta.
El tiempo se hace eterno, mientras
su interior se desgarra poco a poco, y sólo puede implorar mentalmente para que
todo acabe pronto, que Demian los deje ir. Por unos segundos, Kyrios le mira
directamente, para luego negar con la cabeza efusivamente, sin decir nada, y
pareciera que su corazón sintiese tanto dolor como el de él mismo. Y a ratos
pareciera que sólo percibe a Demian detrás de él. Angustia, anhelo, miedo,
culpa. Eso es todo lo que ve en sus ojos. Y algo más, pero que no sabe
describir. No quiere saber. Que le causen dolor físico es una cosa, pero
reconocer que tan sólo lo utilizan para cumplir un deber, como si fuera una
herramienta, y que, en este momento, él no tiene ningún valor como ser humano, es
otra muy distinta.
Así que decide cerrar los
ojos. No quiere observar más la ceremonia que llevan a cabo, en la que no sólo
él es un sacrificio. No quiere ver como Kyrios prefiere a Demian y a su reino
por sobre él, aunque la elección, desde un principio, fuese obvia y clara. No
quiere reconocer que ahora es un esclavo. Que no tiene libertad. Que es una
herramienta de los Ancianos para controlar a Kyrios, e incluso puede que a
Demian también. Que nunca volverá a ver a su padre.
Con los parpados fuertemente
cerrados, y aguantando lo más que puede sus gritos ahogados, intenta con todo
su ser distraerse del penetrante dolor que embarga a su cuerpo y a su alma. Por
un segundo, imagina que de su espalda surgen alas enormes, como las de un
águila. Las amarras que lo retienen ceden y, aun con las heridas en su cuerpo,
es capaz de tomar entre sus brazos a Kyrios y llevarlo junto a él, lejos, a
donde se encuentra su padre. Su querido padre. ¿Cómo iba a mirarlo a los ojos
de ahora en adelante? ¿Tendría siquiera esa oportunidad? Ahora que no es más
que un esclavo, un objeto.
Pero no tiene alas que le
den la libertad que tanto añora. Una sustancia espesa y cálida que lo llena por
dentro lo regresa a la humillante realidad. Abre nuevamente los ojos para ver
como el color blanco se mezcla con el rojo. Ambos están detenidos sobre él. Y
entonces ve a Demian retroceder, luego de un leve quejido por parte de Kyrios, que
seguramente indica que el bastardo salió de dentro del Rey. Una expresión muy
extraña cubre su rostro. Como si no supiese qué hace en ese lugar. Segundos
después, se marchó.
Céfiro se mantiene tan
quieto como Kyrios. Ya no quiere saber nada más. Sólo quiere cerrar sus ojos
nuevamente y ahora sí perder la consciencia. Sin embargo, cuando siente que sus
ojos comienzan a pesar, un repentino sonido vuelve a despertarlo por completo.
Es un sollozo. La falta de
expresión en el rostro de Kyrios, en un principio, le hizo difícil notar que
provenía de él. Pero pronto esa imagen se quebró en pedazos, dando paso a…
lágrimas. A un llanto como nunca lo había visto, ni siquiera en un niño
pequeño. Gruesas, copiosas lágrimas resbalan por sus mejillas y desconsolados sollozos
llegan a convertirse en gritos de dolor, escapando libres de lo más profundo de
su pecho, como si ya no tuviese la fuerza necesaria para retenerlos. Entre
ellos, también alcanza a diferenciar algunas palabras sueltas. Llamados a su
difunto padre, que parecen de auxilio y ruego. Una disculpa tras otra. Su
propio nombre, Céfiro, seguido de más y más disculpas. Y el nombre del
Sacerdote, cubierto de un anhelo y angustia insondables.
En un segundo, toda
preocupación por su estado actual se esfumo. Kyrios es lo único que ocupa su
mente. Cada sonido, cada instante le rompe el corazón, incluso más que todo lo
vivido recién. ¿Por qué? Siente un deseo imperioso de estrecharlo entre sus
brazos y consolarlo, de decirle que no lo culpa, que entiende que no tenía
opción. Preguntar. Preguntar cuál es su relación con Demian, qué es lo que le
causa tanto dolor, tanta desesperación. Tanta culpa. ¿Por qué sufre más él, que
Céfiro, quien fue el que sufrió el abuso?
La respuesta tiene que estar
en Demian. En el hombre que los llevó a esta situación, que utilizó el cuerpo
de Kyrios y probablemente manipuló sus emociones. Él lo sabe. Esas lágrimas,
esos sollozos, toda esta desesperación que le arrebata la hermosa sonrisa que
vio el día anterior, son por su causa. En este instante, no importa qué fue lo
que Demian hizo para causar estas emociones en Kyrios. Céfiro sólo quiere
culpables. Sólo quiere extinguir la fuente del dolor del ser que tiene frente a
él.
Aprieta los dientes con
fuerza. Demian va a pagar. Por usarlo a él como un objeto, y por el dolor que
le está causando a quien no puede siquiera consolar.
El inmaculado corazón de Céfiro
se cubrió, por primera vez en toda su vida, de una sombra infinitamente oscura.
De un deseo irreprimible de
arrebatar una vida.
- FIN DE
CAPÍTULO 2 –
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