Una historia corta que escribí para la revista "Yaoi Niwa", que ya estaba escribiendo de antes eso sí XD En un futuro tendrá un pequeño comic n.n (allá por diciembre recién lo veré u.u XD) Disfrútenla n.n Ah y también es uno de la lista de 100 temas (después publicaré eso)
Aquí está el comic *o* Muchas gracias a Melissa por su trabajo n.n
Aquí está el comic *o* Muchas gracias a Melissa por su trabajo n.n
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Horas
by Himutako
Mizumi
Etiquetas: yaoi, tragedia Rating: M (relaciones sexuales, muerte)
Etiquetas: yaoi, tragedia Rating: M (relaciones sexuales, muerte)
Hace mucho que quería escribir
sobre este episodio de mi vida, pero no me había atrevido a hacerlo hasta
ahora. Todo fue tan extraño; tanto que aún hoy no logro entenderlo por
completo. Probablemente nadie más le tome el mismo peso al asunto que yo. Aun
así, dejaré este pequeño diario contando mi historia. Bastarán unas pocas
páginas para desarrollarla...
Este evento comenzó una tarde de
otoño. Recuerdo que observaba las hojas caer de las ramas de los árboles,
rítmicamente con el soplar del viento. En algún momento debo haber cerrado mis
ojos para oír al viento con más atención. Fue entonces cuando, sin previo
aviso, sentí una mano apoyándose sobre mi hombro.
-
Te
encontré... - una voz masculina llega a mis oídos antes de darme vuelta.
Detrás de mi banca de madera hay
un hombre. Nunca había visto su cara. Lo primero que se me vino a la mente fue
“¿por qué me está hablando este hombre?” Sin embargo, esos pensamientos
cambiaron cuando él se agachó para abrazarme como pudo, con un fervor tan
grande que se me hacía difícil creer lo que estaba pasando. A mi cuerpo lo
recorrió un escalofrío al oír su voz repitiendo esa única frase en mi oído.
Cuando por fin reaccioné, lo
primero que atiné a hacer fue empujarlo. La expresión profundamente alegre que
tenía cambió a una de dolor de la misma intensidad. Se sentía dolido por mi
actitud...
-
Ah,
lo siento. – dijo él, antes de que yo pudiera decir lo mismo. - Seguramente no
me conoces.
Entonces se sentó a mi lado y se
presentó. Me dijo que era un médico que trabajaba cerca de ahí, y que era
cirujano, lo cual pude deducir por las manchas de sangre en su bata blanca.
-
Estaba
pasando por aquí en mi descanso y te encontré en esta banca.
-
¿A
qué se refiere con “encontrarme”? Como usted dijo, no lo conozco de nada.
-
Bueno…
Es que siento que siempre te estuve buscando. Quería encontrarte. Encontrar a
la persona que me haría sentir añoranza nada más verla.
-
¿Añoranza?
-
Sí. –
me responde sonriendo sin vergüenza alguna.
Añoranza... Más extraño que su
explicación sobre algo parecido al amor a primera vista fue que yo también... yo
también estaba sintiendo algo extraño por él. Desvié la mirada como pude. Su
sonrisa, entre feliz y triste, me hacía sentir más extraño aún.
-
¿No
lo sientes tú también?
-
¿Eh?
-
Añoranza,
nostalgia, por mí...
Sin que pudiera evitarlo, él puso
ambas manos a los lados de mi cuerpo y se inclinó sobre mí, obligándome a
retroceder. Sus labios tomaron los míos por primera vez, con ansia, con prisa,
con pasión. Yo no entendía nada. Nunca nadie me había besado así, menos alguien
que recién conocía. Pero aun así quería devolver esa acción. Pronto lo besaba
con la misma intensidad.
Una de sus manos acarició mis
piernas e, inconscientemente, una de ellas se aferró a su cintura. Se sentía
increíblemente bien, aunque fuera un hombre. Se sentía necesario, nostálgico...
“¿Serán ciertos los mitos de los hilos rojos?” Pero se estaba volviendo
peligroso. Sus manos se estaban colando por entre mi ropa. Si no lo detenía,
terminaríamos teniendo sexo en esa misma banca. Y ni lo conocía... No entendía
que estaba pasando ni porque le correspondía.
-
¡Hey!
¡Detente! – tuve que halarle su largo cabello negro para que me hiciera caso.
-
Ay,
no tenías porque ser tan bruto. No has cambiado en nada, jaja.
-
¿A
qué te refieres con...? – no pude terminar de preguntar porque me tiró del brazo
y me puso de pie.
-
¿Vamos
a un lugar más privado?
¿Cómo acepté ir con él a un hotel?
No lo sé, aún ahora no lo sé. Pero así fue. Me repetía constantemente que era
“extraño”, pero no podía detenerme. Todo de él se me hacía conocido, y me
quemaba, se sentía bien...
Sin darme cuenta como pasó, ya
estábamos solos en una habitación. Me tomó entre sus brazos y me lanzó a la
cama. Y yo no ponía resistencia, que era lo más raro.
-
Que
dócil estás. ¿Acaso estás dispuesto a hacerlo con cualquiera que recién
conoces?
-
¡Claro
que no! – le di un rodillazo en el estómago que lo comprimió de dolor.
-
Hasta
ahí llegó la obediencia... ¿Y entonces por qué aceptaste venir conmigo?
Sus labios se acercaron a mi
cuello. Lo rozó suavemente, como si hubiera querido hacerme perder el control. Entonces
noté que deseaba que me tocara más. Mi pierna rodeó su cintura y lo apegó más a
mí.
-
¿Por
qué? – seguía repitiendo él sin descanso. – Dímelo...
-
No
sé, no me preguntes...
Sus manos comenzaron a desprender
mis ropas. Las mías pasearon por su cabello negro. Volvió a besarme, esta vez
con más pasión que antes. Dejé que su lengua tomara control de la mía. Así se
sentía más natural. Tan familiar...
-
Dime...
- seguía repitiendo él mientras llegaba a mi pecho.
Tomó entre sus labios uno de mis
pezones. No podía evitar soltar unos gemidos bastante indecorosos. Nunca nadie
me había tocado así. Se sentía tan extraño, pero aun así, tan cómodo…
-
Oye,
dime...
De repente él se incorporó y el
corazón me dio un vuelco al ver lo que tenía en frente. En sus ojos color miel
había una profunda tristeza. Sin pensarlo mucho, lo tomé entre mis brazos y
presioné su cabeza contra mi pecho. Nunca olvidaría este momento.
-
¿Qué
pasa?
-
Estoy
feliz. – pero no se veía feliz.
-
¿Qué
te duele? – besaba su nuca mientras acariciaba el resto de su cabello.
-
Nada.
Realmente estoy feliz de poder estar a tu lado. No te imaginas cuanto.
-
¿Por
qué…? ¿Por qué hablas como si ya me conocieras?
Las lágrimas cayeron por mi
rostro. Estaba tan confundido, tan enternecido. No entendía nada y un cúmulo de
emociones me golpeaba el pecho. Él simplemente seguía acariciándome.
El tiempo pasó. A pesar de ser mi primera vez con
un hombre, lo hicimos muchas veces. Él se veía tan desesperado, como si temiera
no verme de nuevo. Todo era tan extraño. Y me estaba traspasando esos miedos a
mí también. ¿Y si no lo volvía a ver? Cinco
horas habían pasado desde que nos encontramos. Cuatro horas haciendo el amor
con alguien con quien apenas había hablado. Horas que nunca olvidaría.
Pero la siguiente sería la
más inolvidable.
Él yacía sobre mí, agotado,
empapado en sudor. Se veía tan hermoso...
-
Ya no
puedo hacer más esto. ¿Por qué tanta desesperación? – intenté moverme, pero un
dolor agudo en mi trasero me lo impidió.
-
Tenía
que ser así. Tenía que asegurarme de hacer lo más posible...
Mi mirada molesta no lo alcanzó
porque se había alejado y volteado hacia la ventana. Todo mi enojo se
desvaneció cuando lo vi caer al suelo de repente. En un segundo, él estaba
temblando y tosiendo violentamente. Ignorando el dolor en mis caderas, me bajé
de la cama y traté de socorrerlo. En el suelo había líquido negro... de su boca
también caía...
Un color que nunca
olvidaría...
El corazón se me detuvo unos
segundos cuando vi el profundo dolor en sus ojos. Su respiración se agitó para
luego ahogarse. Debía actuar pronto. Decidí llevarlo a pie al hospital que
estaba justo aquí al lado, donde él trabajaba. Lo atenderían rápidamente, de
seguro. No me preocupé ni de vestirme. El guardia del hotel me ayudó. El
trayecto se sintió como si fueran horas, pero sólo fueron unos minutos.
El hospital estaba hecho un caos.
Todos corrían por todos lados, pero no me importaba. Detuve a un médico como
pude, y él se sorprendió de ver al hombre que yo cargaba en ese estado. Lo llevaron
rápidamente a urgencias, y me dieron una bata de enfermo para que me vistiera.
Primero pensé que lo habían reconocido porque era un colega de ellos. Sin
embargo, cuando ya lo habían instalado, el doctor me dijo la verdad.
Él era un paciente de ese hospital
desde niño, y tenía una extraña enfermedad que le destrozaba los órganos poco a
poco, por lo que requería muchos cuidados y transplantes. Toda su vida la pasó
en ese lugar y no tenía familiares. Pero ese día, él había decidido escapar. Me
dijeron que engañó a una enfermera y tomó un bisturí con el que mató a todos
quienes se le opusieron. Según el doctor, los testigos dijeron que parecía que
no era la primera vez que mataba, aunque eso era imposible. Lo vieron desesperado
por salir. Quería ir a encontrarse con alguien, aunque nunca hubiera tenido
contacto con nadie del exterior.
Entonces sus ojos se abrieron y me
dirigieron su mirada. Estaba sufriendo muchísimo. El doctor no había dicho
nada, pero yo sabía que era el final. Su piel se había teñido de color negro.
Seguramente sus órganos ya no daban más. Me acerqué al borde de la cama, aún
sin derramar ni una lágrima. Tomé su mano y la puse en mi pecho.
-
Estoy
tan feliz de haberte encontrado a pesar de todo... Sabía que debía salir... antes
de que fuera tarde... - tosía y el líquido negro salía de entre sus labios. En
sus ojos veía un profundo alivio.
-
No
digas nada... no hables...
-
Te
amo. – me dijo con total convicción.
Y entonces mis lágrimas comenzaron
a caer. No quería que se fuera. No quería que el encuentro más importante de mi
vida terminara de esa forma. Yo no podía decirle lo mismo. No sabía como él me
conocía, y él lo entendía. Pero ya no importaba cómo y por qué. Sólo besé sus
dedos con cuidado.
En segundos, su cuerpo se retorció
violentamente y los doctores me apartaron de su lado. ¿Por qué? Yo no lo
entendía, sólo quería estar a su lado. Pero no pude hacer nada para evitar que
me sacaran de la habitación. Desde afuera
oí los gritos más horrorosos que podría escuchar en mi vida. Cualquier alivio
que haya sentido, entonces se transformó en desesperación.
En seis horas, todo había
terminado.
Sólo yo asistí a su funeral. Desde
entonces, el otoño siempre me recordaría a él. Desde entonces, siempre vestí
ropa de luto. Nunca más me enamoré de nadie ni permití que alguien se me
acercara. Vivimos sólo unas horas juntos, pero no importa cuantas horas
pasaran, el recuerdo no se desvanecía. La sensación de sus labios en los míos,
sus manos en mi piel, su voz en mis oídos… siempre quedarían en mí. Todo
grabado en las palabras de este diario y las lágrimas que derramé al
escribirlas, que sellaron estos sentimientos para que nunca me dejaran. Ya nada
importa. Sólo espero la hora en que vuelva a verte. Ahora entiendo que te amo.
Mi querido Gaderiel...
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